viernes, 28 de agosto de 2009

Mensajes de Maria, Reina de la Paz, renovemos nuestra Fe!


JMS Mensaje de María Reina de la Paz en Medjugorje del 25 de agosto de 2009 y Comentario por P. Justo Antonio Lofeudo

¡Queridos hijos! Hoy los invito nuevamente a la conversión. Hijitos, no son suficientemente santos y no irradian santidad a los demás, por ello oren, oren, oren y trabajen en la conversión personal para que sean signos del amor de Dios para los demás. Estoy con ustedes y los guío hacia la eternidad, la que debe anhelar cada corazón. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!


Comentario Nuevamente nos llama a la conversión. Nuevamente estamos invitados a reorientar nuestras vidas para caminar hacia Dios. Nuevamente nos exhorta a que nos abramos a la gracia para que Dios obre en nosotros y nos dé un nuevo corazón y un espíritu nuevo. Porque quien obra la conversión es Dios no nosotros, pero quienes deben cooperar con la gracia sí que somos nosotros. La gracia es don pero también tiene su parte de conquista y esa es la que toca a nuestra voluntad. Que no somos lo bastante santos, creo que todos lo sabemos. Algunos incluso no quieren ser santos. Diría que la mayoría no tiene como objetivo la santidad de vida. Las familias no educan para la santidad. Parecería que en la vida lo importante es ser listo, más listo que los demás y llegar a tener una posición lo más alto y mejor que se pueda. La santidad o es despreciada o asusta, se la dejan para los que fueron santos, pues es asunto que no les atañe. También a nosotros nos puede pasar lo mismo. A los santos se los imagina a esas figuras estáticas que adornan las iglesias y cuya presencia espiritual se desconoce. Entonces, claro, todo es muy aburrido. La vida es otra cosa, se piensa. ¡Qué pobre opinión, qué desconocimiento se tiene de la santidad y de la vida eterna! Lo único verdaderamente aburrido es vivir sin Dios, sin aspiración espiritual de eternidad. Aburrido y gastado es lo del mundo y mucho más aún lo que propone el demonio. No en vano, la Santísima Virgen en Medjugorje, junto al pedido de la lectura diaria de la Biblia recomienda la lectura de la vida de los santos. Nada más apasionante, conmovedor y ejemplificador que la vida de los santos.
Los santos han sido hombres y mujeres para admirar e imitar. El caballero guerrero Ignacio, luego de ser herido en el asalto a Pamplona, se abre a la gracia de la conversión leyendo vidas de santos en su convalecencia en Loyola. (¡Cuántas aparentes “desgracias” se ve después que han sido en realidad gracias! Si no hubiera sido herido en el sitio de Navarra no se hubiera detenido en su carrera militar y no habría tenido esa oportunidad brindada por la Providencia).
“La única tragedia del hombre es no ser santo” sentencia el gran Pascal y también observa que “sólo la gracia puede hacer de un hombre un santo, y el que lo dude no sabe qué es la gracia ni qué es un hombre”. Pero, esa gracia nuestro Creador y Salvador la pone a disposición de todos los hombres. Cada uno de nosotros ha sido creado con una distinta capacidad de santidad. Lo importante es que cada uno llene esa capacidad. Como nos recuerda Santa Teresa del Niño Jesús (Teresita de Lisieux), hay algunos que Dios los creó para ser grandes santos y que no podían haber sido más que santos, con tantos dones como los adornó y otros que emergen desde su pequeñez a la santidad.
La santidad es la unión con Dios, es el goce de los bienes celestiales ya en la tierra, es la vida verdadera en el amor, para el amor. Es la felicidad que no es pasajera mas que perdura y ya sabe a eternidad.
Es verdad de fe que hemos sido creados para ser salvados por Cristo y gozar luego de la eternidad, pero el destino final depende de nosotros, de qué hacemos con nuestra libertad. En cada momento estamos decidiendo nuestro destino, de condena eterna, de dolorosa purificación o de aquella felicidad inenarrable porque “ni ojo vio, ni oído oyó, ni mente humana pudo concebir lo que Dios tiene preparado para aquellos que lo aman” (Cf. 1Cor 2:9).
La santidad se irradia. Los santos no van en busca de la gente para hacerse ver sino que son las personas que van en procura de ellos. ¿Por qué? Porque irradian santidad, porque desde lejos se ve que son amigos de Dios, porque irradian paz, amor, alegría, salvación. Sino cómo se explica que millones de personas se llegasen hasta un confín de Italia para ver y escuchar a un pobre fraile capuchino, que nunca había salido de su convento, que pasaba sus horas rezando, confesando y celebrando Misa. Así fue con San Pío de Pietrelcina y así con tantos otros santos. Pensemos en los ermitaños o los padres del desierto o tantos otros. En tiempos más actuales todos tenemos fijos en nuestras mentes la imagen de la Madre Teresa de Calcuta o de Juan Pablo II, todo su pontificado y aquellos días últimos de su vida. Así viven y mueren los santos y la gente lo percibe y se siente atraída por sus figuras, por sus vidas, por sus ejemplos. Es lo que se llama sensum fidelium, el reconocimiento por parte de los fieles de lo que viene de Dios.
Pues, nuestra Madre nos llama a la santidad, sólo así serviremos a su plan de salvación, es decir sólo en la medida que podamos irradiar la paz, el amor, la verdadera alegría, la vida en Dios que el mundo no conoce. Sólo así otros serán rescatados. Al conocido adagio de san Agustín “Dios que te creó sin ti no te salva sin ti” se lo puede alargar diciendo que Dios quiere hacer de ti instrumento de salvación para otros, porque la salvación no es aventura personal. No termina en uno como tampoco termina en uno la santidad. Esforzarse para ser santo es lo más abnegado y altruista que pueda imaginarse, lo menos egoísta del mundo.
Y ¿cómo se trabaja en la conversión, para que Dios lo vuelva a uno santo? ¿Qué parte nos toca? La respuesta es simple: la oración y la voluntad no sólo para orar sino para amar, obedecer, hacerse humilde. La voluntad que co-opera con la obra divina que viene de la gracia. Por eso, “oren, oren, oren y trabajen en la conversión personal”. Es decir, no dejen nunca de orar, sean persistentes y perseverantes en la oración y pongan todos sus deseos y apertura de corazón al servicio de la gracia de conversión. No dejen de purificar sus corazones, sigue diciendo la Madre de Dios en sus mensajes, por medio de la confesión sacramental, ni de participar vivamente del sacrificio de la Santa Misa ni de adorar a mi Hijo en el Santísimo Sacramento. Enamórense de la Eucaristía. Adorando al Santo se comprende que hay que ser santo, porque su presencia nos interpela y nos invita a su intimidad, a ser sus amigos observando su mandamiento de amor.

Y así como las llamas o el humo son signo del fuego, la santidad es el signo que indica que Dios existe y que su amor está presente y operante. Queridos hermanos, para emprender y continuar en este camino de santidad tenemos la gracia y el privilegio de una guía segura: la misma Madre de Dios. Ella nos conduce a la plenitud de los bienes espirituales y celestiales, a la eternidad de Dios que todos debemos anhelar.
P. Justo Antonio Lofeudohttp://www.mensajerosdelareinadelapaz.org/


¡Bendito, Alabado y Adorado sea Jesucristo en el Santísimo Sacramento del altar!