martes, 16 de junio de 2020

«No tengas miedo -le dijo-, porque yo estoy contigo» (Hch 18,9-10).

JMS 


Evangelio según san Mateo 5, 43-48
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
"Han oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos oren por quienes los persiguen. Así serán dignos hijos de su Padre del cielo, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos.
Porque, si aman a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen también eso los que recaudan impuestos para Roma? Y si saludan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de más? ¿No hacen lo mismo los paganos? Ustedes sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús

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Salmo 50

Misericordia, Señor, hemos pecado.

Ten piedad de mí, Dios mío, por tu amor, por tu inmensa compasión, borra mi culpa; lava del todo mi maldad, limpia mi pecado.
Misericordia, Señor, hemos pecado.

Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado; contra ti, contra ti solo pequé; hice lo que tú detestas.
Misericordia, Señor, hemos pecado.

Aparta tu vista de mis pecados, borra mis culpas. Líbrame de la muerte, Dios salvador mío, y mi lengua anunciará tu fidelidad.
Misericordia, Señor, hemos pecado.


Dirijamos nuestra oración al Padre y pidámosle que nos ilumine con la claridad de Cristo.

-Dios Padre, te damos gracias porque nos has llamado a vivir en tu luz maravillosa.

-Haz, Señor, que la fuerza del Espíritu Santo nos purifique y nos fortalezca.

-Que tu Espíritu, Señor, nos guíe en nuestros trabajos para que hagamos más humana la vida de los hombres.

-Concédenos que, con nuestro servicio a los hombres, hagamos de la familia humana una ofrenda agradable a tus ojos.

-Llénanos de tu misericordia para que encontremos nuestro gozo en alabarte y darte gracias.

Oración: Señor, tú que eres la vida de los fieles, escúchanos y sacia con la abundancia de tus dones a los que tienen sed de tus promesas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

franciscanos.org

NO TEMÁIS A LOS HOMBRES, TEMED A DIOS
Benedicto XVI, Ángelus del 22 de junio de 2008
Queridos hermanos y hermanas:

En el evangelio de este domingo encontramos dos invitaciones de Jesús: por una parte, «no temáis a los hombres», y por otra «temed» a Dios (cf. Mt 10,26.28). Así, nos sentimos estimulados a reflexionar sobre la diferencia que existe entre los miedos humanos y el temor de Dios. El miedo es una dimensión natural de la vida. Desde la infancia se experimentan formas de miedo que luego se revelan imaginarias y desaparecen; sucesivamente emergen otras, que tienen fundamentos precisos en la realidad: éstas se deben afrontar y superar con esfuerzo humano y con confianza en Dios. Pero también hay, sobre todo hoy, una forma de miedo más profunda, de tipo existencial, que a veces se transforma en angustia: nace de un sentido de vacío, asociado a cierta cultura impregnada de un nihilismo teórico y práctico generalizado.

Ante el amplio y diversificado panorama de los miedos humanos, la palabra de Dios es clara: quien «teme» a Dios «no tiene miedo». El temor de Dios, que las Escrituras definen como «el principio de la verdadera sabiduría», coincide con la fe en él, con el respeto sagrado a su autoridad sobre la vida y sobre el mundo. No tener «temor de Dios» equivale a ponerse en su lugar, a sentirse señores del bien y del mal, de la vida y de la muerte.

 En cambio, quien teme a Dios siente en sí la seguridad que tiene el niño en los brazos de su madre (cf. Sal 131,2): quien teme a Dios permanece tranquilo incluso en medio de las tempestades, porque Dios, como nos lo reveló Jesús, es Padre lleno de misericordia y bondad.

Quien lo ama no tiene miedo: «No hay temor en el amor -escribe el apóstol san Juan-; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira al castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor» (1 Jn 4,18). Por consiguiente, el creyente no se asusta ante nada, porque sabe que está en las manos de Dios, sabe que el mal y lo irracional no tienen la última palabra, sino que el único Señor del mundo y de la vida es Cristo, el Verbo de Dios encarnado, que nos amó hasta sacrificarse a sí mismo, muriendo en la cruz por nuestra salvación.

Cuanto más crecemos en esta intimidad con Dios, impregnada de amor, tanto más fácilmente vencemos cualquier forma de miedo. En el pasaje evangélico de hoy, Jesús repite muchas veces la exhortación a no tener miedo. Nos tranquiliza, como hizo con los Apóstoles, como hizo con san Pablo cuando se le apareció en una visión durante la noche, en un momento particularmente difícil de su predicación: «No tengas miedo -le dijo-, porque yo estoy contigo» (Hch 18,9-10). El Apóstol de los gentiles, de quien nos disponemos a celebrar el bimilenario de su nacimiento con un especial Año jubilar, fortalecido por la presencia de Cristo y consolado por su amor, no tuvo miedo ni siquiera al martirio.

Que este gran acontecimiento espiritual y pastoral suscite también en nosotros una renovada confianza en Jesucristo, que nos llama a anunciar y testimoniar su Evangelio, sin tener miedo a nada.

Os invito a vivir cimentados en el sólido fundamento del amor a Jesucristo, para que no os dejéis vencer por el temor y seáis sus testigos en medio del mundo, superando las dificultades o el ambiente hostil que podáis encontrar. Os acompañe en esta hermosa misión la maternal protección de la Virgen María.

Misa de sanacion con el Padre Fabian Barrera

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Para el sacerdote Pedro Silva, que se desempeña desde hace más de 30 años como exorcista, para Jesús la distancia para sanar, por lo que de forma remota también se puede realizar liberaciones, atendiendo a al distanciamiento social ante el coronavirus.


Nueva Serie Por Muchas Razones 


martes, 2 de junio de 2020

"Ustedes son la sal de la tierra."Señor, guarda intacto tu don en nuestros corazones y lo que de tu mano hemos recibido en la festividad de tus santos Marcelino y Pedro, sea para nosotros prenda de salvación y paz. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

JMS 
Heraldos del  Evangelio


Evangelio según san Marcos 12, 13-17
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos le enviaron a Jesús unos fariseos y unos partidarios de Herodes para hacerle una pregunta capciosa. Se acercaron, pues, a él y le dijeron:
"Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa lo que diga la gente, porque no tratas
de adular a los hombres, sino que enseñas con toda verdad el camino de Dios. ¿Está permitido o no, pagarle el tributo al César?
¿Se lo damos o no se lo damos?" Jesús, notando su hipocresía, les dijo:
"¿Por qué me ponen una trampa? Tráiganme una moneda para que yo la vea".
Se la trajeron y él les preguntó:
"¿De quién es la imagen y el nombre que lleva escrito?"
Le contestaron:
"Del César".
Entonces les respondió Jesús:
"Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios".
Y los dejó admirados.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


carta del apóstol san Pedro 3, 12-15a.17-18

Hermanos: Piensen con cuánta santidad y entrega deben vivir ustedes esperando y apresurando el advenimiento del día del Señor, cuando desaparecerán los cielos consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos. Pero nosotros confiamos en la promesa del Señor y esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia.
Por tanto, queridos hermanos, apoyados en esta esperanza, pongan todo su empeño en que el Señor los halle en paz con él, sin mancha ni reproche, y consideren que la magnanimidad de Dios es nuestra salvación.
Así pues, queridos hermanos, ya están ustedes avisados; vivan en guardia para que no los arrastre el error de los malvados y pierdan su seguridad. Crezcan en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y salvador, Jesucristo.

 A él la gloria, ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.


Salmo 89

Siempre has sido, Señor, nuestro refugio.

Desde antes que surgieran las montañas y la tierra y el mundo apareciesen, existes tú, Dios mío, desde siempre y por siempre.
Siempre has sido, Señor, nuestro refugio.

Tú haces volver al polvo a los humanos, diciendo a los mortales que retornen. Mil años son para ti como un día que ya pasó; como una breve noche.
Siempre has sido, Señor, nuestro refugio.

Setenta son los años que vivimos; llegar a los ochenta es más bien raro; pena y trabajo son los más de ellos, como suspiro pasan y pasamos.
Siempre has sido, Señor, nuestro refugio.


Llénanos de tu amor por la mañana y júbilo será la vida toda. Haz, Señor, que tus siervos y sus hijos puedan mirar tus obras y tu gloria.
Siempre has sido, Señor, nuestro refugio.


SANTOS MARCELINO Y PEDRO



 Marcelino era sacerdote y Pedro exorcista, y ambos fueron mártires. El papa san Dámaso es quien nos ha dejado las noticias de su muerte que oyó de boca del mismo verdugo. Fueron condenados a muerte en Roma durante la persecución de Diocleciano, a comienzos del siglo IV, seguramente el año 304. Para su ejecución los llevaron a un bosque fuera de la ciudad, a fin de que se desconociera el lugar de su sepultura. Allí los obligaron a cavar con sus manos su propia fosa, en la que los enteraron después de haberlos decapitado. Pero una piadosa matrona romana, llamada Lucilia, consiguió localizar los restos de los mártires, los recogió y los sepultó en el cementerio llamado Ad duas lauros, en la Vía Labicana de Roma donde, después de la paz de Constantino, su madre, santa Elena, hizo construir una basílica.-

 Oración: Señor, tú has hecho del glorioso testimonio de tus mártires san Marcelino y san Pedro nuestra protección y defensa; concédenos la gracia de seguir sus ejemplos y de vernos continuamente sostenidos por su intercesión. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



Evangelio según san Mateo
5, 13-19

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
"Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa.
Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre que está en los cielos.
No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley.
Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos".
Palabra del Señor

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Gloria a ti, Señor Jesús.Señor, guarda intacto tu don en nuestros corazones y lo que de tu mano hemos recibido en la festividad de tus santos Marcelino y Pedro, sea para nosotros prenda de salvación y paz.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén


Con la confianza que nos da el ser hijos de Dios, pidamos a Dios nuestro Padre:

-Que envíe su Espíritu sobre la Iglesia y la llene de sus dones.

-Que santifique a los obispos y a los sacerdotes y les dé el Espíritu de sabiduría.

-Que reine la concordia en nuestro pueblo, la prudencia y la justicia en los gobernantes, y la paz entre las naciones.

-Que los pobres, los enfermos y todos los indigentes sientan el apoyo de sus hermanos los hombres y el gozo del Espíritu.

-Que el Espíritu del Señor nos fortalezca en la fe, nos revele toda la verdad y nos llene de su amor.


Por las almas de los Difuntos, especialmente por las almas del purgatorio, te lo pedimos Señor

Oración: Multiplica sobre nosotros, Señor, los dones de tu Espíritu, para que se realicen también en nosotros las maravillas de Pentecostés. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.




El amor a Dios no solo se expresa dando a Dios el culto que le es debido, de modo particular en la Santa Misa, sino que debe abarcar todos los aspectos de la vida del hombre, y tiene muchas manifestaciones. Amamos a Dios a través de nuestro trabajo bien hecho, del cumplimiento fiel de nuestros deberes en la familia, en la empresa, en la sociedad; con nuestra mente, con el corazón... con el porte exterior, propio de un hijo de Dios... Este mandamiento exige en primer lugar la adoración, dar gloria a Dios, que no es una actividad más entre otras diversas, sino la finalidad última de todas nuestras acciones, incluso de lo que puede parecer más vulgar: ya comáis, ya bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios , 
1 Cor 10, 31 .  Esta actitud fundamental de adoración exige en la práctica hacerlo todo, al menos desear hacerlo, para agradar a Dios: es decir, actuar con rectitud de intención.

El amor a Dios, y el verdadero amor al prójimo, se alimenta en la oración y en los sacramentos, en la lucha constante por superar nuestros defectos, en el empeño por mantenernos en Su presencia a lo largo del día. De modo particular, la Sagrada Eucaristía debe ser la fuente donde se alimente continuamente nuestro amor al Señor. Así podremos decir, con las palabras del Adoro te devote:Te adoro, Señor..., a Ti se somete mi corazón por completo


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Pensemos en qué tenemos puesto el corazón a lo largo del día. Veamos en nuestra oración si tenemos “industrias humanas” para acordarnos mucho del Señor en nuestras jornadas y así amarle y adorarle.

Te rogamos, Señor, que nosotros tus siervos, fortalecidos por este sacramento, aprendamos a buscarte sobre todas las cosas,

a ser nosotros, mientras vivamos en el mundo, la imagen del hombre nuevo.
JMS Señor, aumenta nuestra fe, danos fortaleza y paciencia, ya que siendo tus hijos, nada podemos temer. Amén

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 4, 12-19
Queridos hermanos: No se extrañen de verse sometidos al fuego de la prueba, como si fuera algo nunca visto. Al contrario, alégrense de compartir ahora los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, el júbilo de ustedes sea desbordante. Si los injurian por el nombre de Cristo, ténganse por dichosos, porque la fuerza y la gloria del Espíritu de Dios descansan sobre ustedes. Pero que ninguno de ustedes tenga que sufrir por criminal, ladrón, malhechor o simplemente por entrometido. En cambio, si sufre por ser cristiano, que le dé gracias a Dios por llevar ese nombre.
Pues ha llegado el tiempo del juicio definitivo, que comienza por el mismo pueblo de Dios. Y si comienza por nosotros, ¿qué podrán esperar los que se niegan a creer en el Evangelio? Pues si el bueno se salva a duras penas, ¿qué suerte correrán el impío y el pecador? Así pues, los que según la voluntad de Dios tienen que sufrir, que pongan toda su confianza en la fidelidad del creador y sigan haciendo el bien.
Palabra de Dios.


Evangelio
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles:
"No piensen que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz, si hija no la guerra. He venido a enfrentar al hijo con su padre, a la con su madre, a la nuera con su suegra, y los enemigos de cada uno serán los de su propia familia.
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.

El que salve su vida, la perderá y el que la pierda por mí, la salvará".san Mateo
10, 34-39



La paciencia es necesaria para perseverar, para estar alegres por encima de cualquier circunstancia; esto será posible porque tenemos la mirada puesta en Cristo, que nos alienta a seguir adelante, sin fijarnos demasiado en lo que querría quitarnos la paz. Sabemos que, en todas las situaciones, la victoria está de nuestra parte.

Reflexion:

La paciencia, según San Agustín, es “la virtud por la que soportamos con ánimo sereno los males”. Y añadía: “no sea que por perder la serenidad del alma abandonemos bienes que nos han de llevar a conseguir otros mayores”

La paciencia es una virtud bien distinta de la mera pasividad ante el sufrimiento; no es un no reaccionar, ni un simple aguantarse: es parte de la virtud de la fortaleza, y lleva a aceptar con serenidad el dolor y las pruebas de la vida, grandes o pequeñas, como venidos del amor de Dios. Identificamos entonces nuestra voluntad con la del Señor, y eso nos permite mantener la fidelidad en medio de las persecuciones y pruebas, y es el fundamento de la grandeza de ánimo y de la alegría de quien está seguro de recibir unos bienes futuros mayores.

Son diversos los campos en los que el cristiano debe ejercitar esta virtud. En primer lugar consigo mismo, puesto que es fácil desalentarse ante los propios defectos que se repiten una y otra vez, sin lograr superarlos del todo. Es necesario saber esperar y luchar con perseverancia, convencidos de que, mientras nos mantengamos en el combate, estamos amando a Dios. La superación de un defecto o la adquisición de una virtud, de ordinario, no se logra a base de violentos esfuerzos, sino de humildad, de confianza en Dios, de petición de más gracias, de una mayor docilidad. San Francisco de Sales afirmaba que es necesario tener paciencia con todo el mundo, pero, en primer lugar, con uno mismo.

La paciencia y la constancia son imprescindibles en esta labor que, en colaboración con el Espíritu Santo, hemos de llevar a cabo en nuestra propia alma y en las de nuestros amigos y familiares que queremos acercar al Señor. La paciencia va de la mano de la humildad, se acomoda al ser de las cosas y respeta el tiempo y el momento de las mismas, sin romperlas; cuenta con las limitaciones propias y las de los demás. “Un cristiano que viva la virtud recia de la paciencia, no se desconcertará al advertir que quienes le rodean dan muestra de indiferencia por las cosas de Dios.
En este caminar en que consiste la vida vamos a sufrir pruebas diversas, unas que parecen grandes y otras de poco relieve, en las cuales el alma debe salir fortalecida, con la ayuda de la gracia. Estas contradicciones vendrán unas veces de fuera, con ataques directos o velados, de quienes no comprenden la vocación cristiana, de un ambiente paganizado adverso o de quienes expresan una verdadera oposición a todo lo que a Dios se refiere; en otras ocasiones, surgirán de las limitaciones propias de la naturaleza humana, que no permiten, ¡tantas veces!, alcanzar un objetivo si no es a base de un empeño continuado, de sacrificio, de tiempo... Pueden venir dificultades económicas, familiares...; pueden llegar la enfermedad, el cansancio, el desaliento...

Pidamos a Jesus y Maria que nos ayuden a adquirir mas paciencia recemos juntos;
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Salmo 64

Señor, danos siempre de tu agua.

Señor, tú cuidas de la tierra, la riegas y la colmas de riquezas. Las nubes del Señor van por los campos, rebosantes de agua, como acequias.
Señor, danos siempre de tu agua.

Tú preparas la tierra para el trigo: riega los surcos, aplanas los terrenos, reblandeces el suelo con la lluvia, bendices los renuevos.
Señor, danos siempre de tu agua.

Tú coronas el año con tus bienes, tus senderos derraman abundancia, están verdes los pastos del desierto, las colinas con flores adornadas.
Señor, danos siempre de tu agua.
Los prados se visten de rebaños, de trigales los valles se engalanan. Todo aclama al Señor. Todo le canta.
Señor, danos siempre de tu agua




Que nuestras oraciones lleguen, hermanos, a la presencia del Señor, y que nuestros ruegos sean escuchados por el que escruta el corazón humano:
Respondemos: Escúchanos, Señor.

Pidamos la sabiduría del Hijo de Dios para los que proclaman con fidelidad la palabra divina, y para todos los ministros que sirven a la Iglesia, roguemos al Señor.
Escúchanos, Señor.

Por Israel, el pueblo de la antigua alianza, por los cristianos separados de la Iglesia católica y apostólica y por los que no conocen al Dios verdadero, invoquemos al Señor, dueño de toda verdad.
Escúchanos, Señor.

Por los que viven lejos de su casa, por los encarcelados, por los débiles y oprimidos y por los justos que sufren persecución, oremos a Jesús, el Salvador.
Escúchanos, Señor.

Invoquemos con fe y devoción al Señor de la gloria, para que proporcione paz y felicidad a quienes ahora estamos aquí, huéspedes en la casa del Señor, roguemos al Señor.
Escúchanos, Señor.

Celebrante:
Escucha, Señor, las oraciones de tu pueblo y aumenta en nosotros el deseo sincero de acoger la semilla de tu palabra; haz que esta simiente sea también sembrada en los surcos de toda la humanidad y fructifique en obras de justicia y paz, para que se manifieste a la humanidad la bendita esperanza de tu Reino.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.