lunes, 30 de noviembre de 2009

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Estad sobre aviso, velad y orad, porque no sabéis cuándo será el tiempo




JMSLa fe viene de la predicación y la predicación consiste en anunciar la palabra de Cristo.. Evangelio del dia 30 de Noviembre y Festividad

Evangelio
Gloria a ti, Señor. Un día que Jesús caminaba por la ribera del lago de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado después Pedro, y Andrés, los cuales estaban echando las redes al lago, porque eran pescadores. Jesús les dijo: "Síganme y los haré pescadores de hombres". Ellos inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban con su padre en la barca, remendando las redes, y los llamó también. Ellos, dejando enseguida la barca y a su padre, lo siguieron. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor, Jesús
san Mateo 4, 18-22

Andrés y Juan fueron los primeros Apóstoles llamados por Jesús, según nos relata el Evangelio. El Maestro ha comenzado su ministerio público y enseguida, al día siguiente, comienza a llamar a los que estarán más cercanos a su Persona. Se encontraba el Bautista con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo: He aquí el Cordero de Dios. Y los dos se fueron detrás del Señor. Se volvió Jesús y, viendo que le seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives? Les respondió: Venid y veréis. Era en realidad una amable invitación a que le acompañaran. Durante aquel día Jesús les hablaría de mil cosas con sabiduría divina y encanto humano, y quedaron ya para siempre unidos a su Persona. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y le siguieron. Juan, después de muchos años, pudo anotar en su Evangelio la hora del encuentro: Era alrededor de la hora décima, hacia las cuatro de la tarde. Jamás olvidó aquel momento en que Jesús les dijo: ¿Qué buscáis? Andrés también recordaría siempre aquel día definitivo.

Nunca se olvida el encuentro decisivo con Jesús. Aceptar la llamada del Señor, ser recibido en el círculo de sus más íntimos, es la mayor gracia que se puede recibir en este mundo. Representa ese día feliz, inolvidable, en el que somos invadidos por la clara invitación del Maestro, ese don inmerecido, tanto más valioso por cuanto viene de Dios, que da sentido a la vida e ilumina el futuro. Hay llamadas de Dios que son como una invitación dulce y silenciosa; otras, como la de San Pablo, fulminantes como un rayo que rasga la oscuridad, y también hay llamadas en las que el Maestro pone sencillamente la mano sobre el hombro, mientras dice: ¡Tú eres mío! ¡Sígueme! Entonces, el hombre, lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel Campo, porque en él está su tesoro. Ha descubierto, entre los muchos dones de la vida, como un experto que busca perlas finas, la de mayor valor.

El encuentro con Jesús dejó a Andrés con el alma llena de felicidad y de gozo; una alegría nueva que era necesario comunicar enseguida. Parece como si no pudiera retener tanta dicha. Al primero que encontró fue a su hermano Pedro. Y comenta San Juan Crisóstomo que, después de haber estado con Jesús, después de haberle tratado durante aquel día, “no guardó para sí este tesoro, sino que se apresuró a acudir a su hermano, para hacerle partícipe de su dicha”. Andrés debió hablar a Pedro con entusiasmo de su descubrimiento: ¡Hemos encontrado al Mesías!, le dice con ese tono especial del que está convencido, pues logra que Pedro, quizá cansado después de una jornada de trabajo, vaya hasta el Maestro, que ya le esperaba: Y lo llevó hasta Jesús. Esa es nuestra tarea: llevar a Cristo a nuestros parientes, amigos y conocidos, hablándoles con ese convencimiento que persuade. Este anuncio es propio del alma que “se llena de gozo con su aparición y que se apresura a anunciar a los demás algo tan grande. Esta es la prueba del verdadero y sincero amor fraternal, el mutuo intercambio de bienes espirituales”. Verdaderamente, quien encuentra a Cristo lo encuentra para todos y, en primer lugar, para los más cercanos: parientes, amigos, colegas...

El Señor necesita corazones limpios y desprendidos. Y cada cristiano que sigue a Cristo ha de vivir, según su peculiar vocación, este espíritu de entrega. No puede haber algo en nuestra vida que no sea de Dios. ¿Qué nos vamos a reservar cuando el Maestro está tan cerca, cuando le vemos y le tratamos todos los días?

Este desprendimiento nos permitirá acompañar a Jesús que continúa su camino con paso rápido, que no sería posible seguir con demasiados fardos. El paso de Dios puede ser ligero, y sería triste que nos quedásemos atrás por cuatro cosas que no valen la pena. Él, de una forma u otra, pasa siempre cerca de nosotros y nos llama. Una veces lo hace a una edad temprana, otras en la madurez, y también cuando ya falta un trayecto más corto para llegar hasta Él, como se desprende de aquella parábola de los jornaleros que fueron contratados a diversas horas del día. En cualquier caso, es necesario responder a esa llamada con la alegría estremecida que nos han dejado los Evangelistas cuando recuerdan su llamada. Es el mismo Jesús el que pasa ahora, el que nos ha invitado a seguirle.

Cuenta la tradición que San Andrés murió alabando la cruz, pues le acercaba definitivamente a su Maestro: “Oh cruz buena, que has sido glorificada por causa de los miembros del Señor, cruz por largo tiempo deseada, ardientemente amada, buscada sin descanso y ofrecida a mis ardientes deseos , devuélveme a mi Maestro, para que por ti me reciba el que por ti me redimió”. No nos importarán los mayores sacrificios si vemos a Jesús detrás de ellos.

Oremos:
Señor, despierta en nosotros, al comenzar el Adviento, el deseo de prepararnos a la venida de Cristo con la práctica de las obras de misericordia, para que, puestos a su derecha el día del juicio, podamos entrar al Reino de los cielos.

Adviento tiempo de espera

Es la época del ciclo litúrgico en que nos preparamos para la venida de Jesucristo. La venida de Cristo a la tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos, con un Adviento que duró cuatro mil años, henchido con el anhelo de todas las almas santas del Antiguo Testamento que no cesaban de pedir por la venida del Mesías el Salvador.
Esta venida es triple:
- Cristo vino en la carne y en la debilidad
- viene en el espíritu y en el amor
- y vendrá en la gloria y en el poder.
La primera venida se realizó cuando el verbo divino se hizo hombre en el seno purísimo de maría y nació -niño débil y pobre- en el pesebre de Belén, la noche de Navidad hace veinte siglos.

La segunda venida es constante, hecho de perenne actualidad en la historia de la Iglesia y en la vida íntima de las almas. Por la acción misteriosa del Espíritu de Amor, Jesús está naciendo constantemente en las almas, su nacimiento místico es un hecho presente o mejor dicho es de ayer, y de hoy, y de todos los siglos.

La tercera venida de cristo -que será en la gloria, el poder y en el triunfo- es la que clausurará los tiempos e inaugurará la eternidad. Jesús vendrá, no a redimir, como en la primera venida, ni a santificar, como en la segunda; sino a juzgar, para hacer reinar la verdad y la justicia, para que prevalezca la santidad, para que se establezca la paz, para que reine el amor.
El año eclesiástico se abre con el adviento. La Iglesia nos alerta con cuatro semanas de anticipación para que nos preparemos a celebrar la Navidad, el nacimiento de Jesús y, a la vez, para que, con el recuerdo de la primera venida de Dios hecho hombre al mundo estemos muy atentos a estas otras venidas del Señor.

"Ven Señor y no tardes”. Este es un tiempo para hacer con especial finura el examen de nuestra conciencia y de mejorar nuestra pureza interior para recibir a Dios. Es el momento para ver cuales son las cosas que nos separan del Señor y quitarnos todo aquello que nos aleja de El. Es por eso importante ir a las raíces mismas de nuestros actos, a los motivos que inspiran nuestras acciones y después acercarnos al sacramento de la penitencia o reconciliación, para que se nos perdonen nuestros pecados.

Así cuando llegue el día de Navidad, nuestra alma estará dispuesta para recibir a Jesús. Es necesario mantenernos en estado de vigilia para luchar contra el enemigo que siempre estará acechándonos para alejarnos del bien. Cuidemos con esmero nuestra oración personal, evitemos la tibieza y mantengamos vivo el deseo de santidad. Estemos vigilantes con mortificaciones pequeñas, que nos mantengan despiertos para todo lo que es de Dios, y atentos a evitar todo lo que nos desvíe del camino hacia El. Pidamos perdón al señor si le ofendemos y profundicemos en el sentido del adviento.
Ten presente "Quién es el que viene, de dónde viene y por qué viene". Con el corazón limpio salgamos a recibir a Nuestro Rey, que está por venir. María será nuestra ayuda y nos enseñará el camino para llegar a Jesús.

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Corona de Adviento