JMS Aumenta, Señor, en nosotros la fe, la esperanza y la caridad para que cumplamos con amor tus mandamientos y podamos conseguir, así, el cielo que nos tienes prometido.
Evangelio del dia 5 de Noviembre y Meditacion
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual
los fariseos y los escribas murmuraban entre sí:
"Este recibe a los pecadores y come con ellos".
Jesús les dijo entonces esta parábola:
"Quién de ustedes si tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el
campo y va en busca de la que se perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la
carga sobre sus hombros, lleno de alegría; y al llegar a su casa reúne a los amigos y les dice:
Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido. Yo les aseguro:
también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve
justos que no necesitan arrepentirse.
¿Y qué mujer hay que si tiene diez monedas de plata y pierde una, ¿no enciende luego una
lámpara, barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne
a sus amigas y vecinas y les dice: Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me
había perdido. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo
pecador que se arrepiente".
san Lucas 15, 1-10
Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se arrepienta
Refleccionemos Si perdiéramos 100 dolares dejariamos todo hasta encontrarlos? o esperariamos a que aparezcan solo? comparemos nuestra actitud respecto al bien espiritual de algún familiar.. Mucho mas que encontrar ese billete, debemos llenarnos de satisfaccion la conversion de un alma. Que triste es sentir mas alegria, o buscar con mas empeño y decision , por un bien material que por la conversion y santificacion de una persona. si esas son nuestras tristes alegrias no nos desanimemos, somos aquella oveja muy querida y buscada por el Señor.
Propósito de hoy Me acordaré de algún sacerdote difunto y se lo encomendaré a Jesús Sacramentado.
Meditemos juntos
“La suprema misericordia –comenta San Gregorio Magno– no nos abandona ni aun cuando lo abandonamos”. Es el Buen Pastor que no da por definitivamente perdida a ninguna de sus ovejas.
Quiere expresar también aquí el Señor su inmensa alegría, la alegría de Dios, ante la conversión del pecador. Un gozo divino que está por encima de toda lógica humana: Os digo que así también habrá más alegría en el Cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse, como un capitán estima más al soldado que en la guerra, habiendo vuelto después de huir, ataca con más valor al enemigo, que al que nunca huyó pero tampoco mostró valor alguno, comenta San Gregorio Magno; igualmente, el labrador prefiere mucho más la tierra que, después de haber producido espinas, da abundante mies, que la que nunca tuvo espinas pero jamás dio mies abundante. Es la alegría de Dios cuando recomenzamos en nuestro camino, quizá después de pequeños fracasos en esas metas en las que estamos necesitados de conversión: luchar por superar las asperezas del carácter; optimismo en toda circunstancia, sin dejarnos desalentar, pues somos hijos de Dios; aprovechamiento del tiempo en el estudio, en el trabajo, comenzando y terminando a la hora prevista, dejando a un lado llamadas por teléfono inútiles o menos necesarias; empeño por desarraigar un defecto; generosidad en la mortificación pequeña habitual... Es el esfuerzo diario para evitar “extravíos” que, aunque no gravemente, nos alejan del Señor.
Siempre que recomenzamos, cada día, nuestro corazón se llena de gozo, y también el del Maestro. Cada vez que dejamos que Él nos encuentre somos la alegría de Dios en el mundo. El Corazón de Jesús “desborda de alegría cuando ha recobrado el alma que se le había escapado. Todos tienen que participar en su dicha: los ángeles y los escogidos del Cielo, y también deben alegrarse los justos de la tierra por el feliz retorno de un solo pecador”2. Alegraos conmigo..., nos dice. Existe también una alegría muy particular cuando hemos acercado a un amigo o a un pariente al sacramento del perdón, donde Jesucristo le esperaba con los brazos abiertos.
Señor -canta un antiguo himno de la Iglesia-, has quedado extenuado, buscándome: //¡Que no sea en vano tan grande fatiga!.
Y cuando la encuentra, la carga sobre los hombros muy contento...
Jesucristo sale muchas veces a buscarnos. Él, que puede medir en toda su hondura la maldad y la esencia de la ofensa a Dios, se nos acerca; Él conoce bien la fealdad del pecado y su malicia, y sin embargo “no llega iracundo: el Justo nos ofrece la imagen más conmovedora de la misericordia . A la Samaritana, a la mujer con seis maridos, le dice sencillamente a ella y a todos los pecadores: Dame de beber (Jn 3, 4-7). Cristo ve lo que ese alma puede ser, cuánta belleza –la imagen de Dios allí mismo–, qué posibilidades, incluso qué “resto de bondad” en la vida de pecado, como una huella inefable, pero realísima, de lo que Dios quiere de ella”.
Jesucristo se acerca al pecador con respeto, con delicadeza. Sus palabras son siempre expresión de su amor por cada alma. Vete y no peques más, advertirá solamente a la mujer adúltera que iba a ser apedreada. Hijo mío, ten confianza, tus pecados te son perdonados, dirá al paralítico que, tras incontables esfuerzos, había sido llevado por sus amigos hasta la presencia de Jesús. A punto de morir, hablará así al Buen Ladrón: En verdad, en verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso. Son palabras de perdón, de alegría y de recompensa. ¡Si supiéramos con qué amor nos espera Cristo en cada Confesión! ¡Si pudiéramos comprender su interés en que volvamos!
Oremos por el año sacerdotal
«Te amo, oh mi Dios.
Mi único deseo es amarte
hasta el último suspiro de mi vida.
Te amo, oh infinitamente amoroso Dios,
y prefiero morir amándote que vivir un instante sin amarte.
Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es la de amarte eternamente.
Oh mi Dios, si mi lengua no puede decir cada instante que te amo,
quiero que mi corazón lo repita cada vez que respiro.
Te amo, oh mi Dios Salvador,
porque has sido crucificado por mí,
y me tienes aquí crucificado contigo
.
Dios mío, dame la gracia de morir amándote
y sabiendo que te amo». Amén.