Vivamos en este mundo, sabiendo que no somos de este mundo.
Nuestro destino es de realeza, de Reino, de un Reino que no es de aquí, ya que estamos destinados al Reino de Cristo. Oremos por nuestra entrada a esa plenitud, esa beatitud que borra todo pensamiento o actitud vana. Seamos dignos miembros de la Iglesia de Cristo, humildes integrantes de un todo que está destinado a triunfar y reinar.
Quizás no somos conscientes de la hostilidad espiritual de estos tiempos, pero vivimos en un mundo que nos propone desviarnos en casi todo momento.
En los siglos pasados se vivía una vida, en promedio, mucho menos expuesta al pecado. Las noches, por ejemplo, empezaban temprano: la oscuridad reunía a las familias en sus hogares y las unía en un clima que propiciaba la paz espiritual, el diálogo familiar y la reflexión.
La inexistencia de tecnología permitía un nivel de diálogo mucho más frecuente y sereno, ya que la falta del bombardeo de noticias que vivimos hoy en día centraba a las personas en su entorno inmediato, en su vida cotidiana.
En el presente tenemos una conciencia de lo que ocurre en casi todo el mundo, mientras en el pasado sólo se sabía lo que acontecía en la ciudad o aldea propia, o a lo sumo lo que ocurría en el país, después de algunos meses de ocurridos los hechos. La mayoría de la información que recibimos actualmente no nos aporta nada, salvo turbación y angustia, y sin embargo ocupa un espacio tan grande que no nos deja lugar para meditar sobre lo esencial de nuestra vida, nos absorbe.
Qué difícil es encontrar a Dios cuando todo lo que recibimos carece de referencias a la vida espiritual. Se nota una tendencia muy fuerte a interpretar todo lo que ocurre desde un ángulo humano, desprovisto de Dios, haciendo del hombre el centro de todo lo que ocurre.
Es como una fuerza de gravedad poderosa que atrae todo hacia sí, donde hablar de Dios o sentir a Dios es ir contra la corriente. Los niños y jóvenes en colegios y universidades, hombres y mujeres en sus ocupaciones cotidianas, todo tiende hacia una vida vacía de contenido. Se divulga la necesidad de vivir socialmente y “divertirse”, casi como un sello de felicidad, apartándonos de la búsqueda verdadera del crecimiento espiritual.
Por ello es importante tener una gran fortaleza de espíritu, saber que no debe uno dejarse atraer o engañar por esa propuesta tan generalizada y aceptada mansamente por la mayoría de la gente. En medio de tanta oscuridad, pequeños ejemplos de luz que luchan en contra de la corriente general son como faros que guían hacia la salida.
Nunca sabremos en quienes produce efecto una palabra, un gesto, que muchas veces es mal entendido porque va en contra de lo que “el mundo” dice o propone. Pero no importa: lo debemos hacer igual, no hay que ser impaciente, hay que saber esperar, orar, obrar y callar. Si los resultados son visibles o invisibles a nosotros, si producen efecto o no, no somos nosotros quienes deben verlo. Dios todo lo sabe y todo lo ve, porque sabe lo que hay en los corazones. El juicio humano está casi siempre errado, salvo cuando se realiza desde un punto de vista superior, espiritual.
Por ese motivo no hay que juzgar a los demás, sólo obrar con una intención recta y orar por justos motivos, pidiendo en todo momento que se haga la Voluntad de Dios, y no la nuestra.