miércoles, 13 de mayo de 2009

Mensaje del Monseñor


JMS ¡Hermanos, muy queridos en el Señor!
Hace muchos años -allá por el inicio de mi sacerdocio- tenía una Biblia muy querida, muy usada, incluso en partes subrayando los textos en que se habla de la Divinidad del Señor, sobre todo en San Juan, como en el Evangelio de hoy. Y recuerdo que señalé con rojo el versículo del texto que leemos hoy: “el que está unido conmigo, y yo con él, ese da mucho fruto, porque separados de mí no pueden hacer nada”. Me impactaron las razones que pasan de la mente al corazón; las recuerdo como si fuera ayer que las leí con más atención.
En otro momento El Señor había hablado de que Él es el “verdadero” Pan del cielo, y alude por una parte a que es Él mismo por Quien tenemos vida, porque sin pan no se vive, y por otra a la Eucaristía, Pan Vivo, que perennemente nos dará a través del tiempo mientras haya quien lo haga presente en la Comunión y quién, con fe, lo desee recibir. Ahora habla de la “verdadera” vid, como si hubiera una “falsa”. El Padre celestial es el Viñador y, el creyente, el cristiano, el bautizado, es uno de los sarmientos. Vemos el privilegio de la unión con Él, pero también el riesgo de separarse de Él cuando no damos fruto. Al sarmiento inútil, improductivo, que sólo recibe savia del tronco -vive de Él- pero no produce nada, lo corta; y al que sí produce frutos, el que trabaja consagrándole su vida y vocación; ofreciéndole sus obras desde el principio del día y agradeciéndole al final por las labores realizadas, lo poda, es decir, le pide -diríamos- le exige más, sin rebajas de ninguna clase, para que dé frutos más abundantes.
Nosotros los sarmientos, necesitamos estar unidos a Cristo, la vid, por medio de la gracia -la savia de la vid- para poder obrar santamente, puesto que sólo la gracia da a nuestras obras un valor sobrenatural. “La gracia y la gloria proceden de esa Vid Inexhausta. Todos los miembros de su Cuerpo Místico, y sobre todo los más dispuestos, reciben del Salvador constantemente los dones de consejo, fortaleza, temor y piedad, a fin de que todo el cuerpo aumente cada día en integridad de vida y perfección”. (Pío XII. Encíclica del Cuerpo Místico)
Cristo vino para salvar, por la donación de sus propios méritos, que se aplican a los que creen en esa Redención gratuita; los cuales reciben, mediante esa fe, el Espíritu Santo, que es el Espíritu del mismo Jesús y nos hace hijos del Padre como Él, prodigándonos su gracia y sus dones que nos capacitan para cumplir el Evangelio y derrama en nuestros corazones la caridad, (Rom. 5,5) que es vínculo de perfección y plenitud de la ley.
En las palabras del Señor, como advertencia del peligro que puede amenazarnos, se ve un riesgo del sarmiento cuando se separa de la vid; se le echa fuera, se seca, se le arroja al fuego y arde.
La alegoría de la vid la dijo Jesucristo en el Cenáculo; cuando ya había invitado a todos a levantarse e irse al Huerto de los Olivos; parece que tiene mucho más que decirles, pero como quien ama mucho y le queda mucho más en su corazón, agrega una promesa diciéndoles: a los que perseveren unidos a Él; todo lo que pidan lo conseguirán; y concluye confiándoles que la gloria de su Padre consiste en que den MUCHO FRUTO, y se manifiesten por eso como discípulos suyos.
A propósito de la vid -símbolo de fecundidad- el salmo 127 tiene un tinte familiar muy humano. El salmista dice, inspirado por el Espíritu Santo, al hombre bueno, padre de familia y temeroso de Dios: “que tu mujer, como vid fecunda en medio de tu casa; tus hijos como renuevo de olivo, alrededor de tu mesa” etc., etc. Para darnos a entender que a la fecundidad de la madre se une el deseo divino de la longevidad de los hijos. Hoy celebramos, de modo especial a las madres, con quienes siempre estamos en deuda. Sin ellas ni vida, ni educación, ni fe, ni vocación. Como si Dios les hubiera transmitido mucho de su fuerza, su ternura, su sabiduría; como si tuvieran una luz especial para intuir en el corazón de sus hijos, adivinar sus problemas y percibir sus peligros. Parece como si ese amor trascendiera no sólo las distancias de la tierra, sino hasta para interesarse en sus hijos aún después de su propia muerte, porque el amor a sus familias no se acaba cuando son llamadas por Dios.
El gran escritor español Tirso de Molina, en “La prudencia en la mujer” presenta a la Reina Doña María de Molina, viuda ya, defendiendo los derechos de su hijo, Fernando IV; los cortesanos y los nobles señores, quieren arrebatarle el trono al niño -Rey-. Para lograrlo sobornan a un médico para que aplique un veneno al niño en su aposento. Ya va a entrar en el cuarto del niño; lleva el veneno en su mano; va a pasar al umbral. Sobre ese umbral hay un gran cuadro al óleo, con un marco de madera fina con el retrato de Doña María. En el momento de querer rebasar el umbral cae el cuadro y cubre la entrada. ¿Por qué extrañas e inexplicables razones, la madre, aunque estuviera distante, velaba por la integridad de su hijo?
¿Quién puso en el corazón de Santa Mónica una plegaria tan insistente por la conversión de su hijo Agustín, hasta que lo logró? Estoy seguro que, más de una madre de cuantas vienen a la Eucaristía Dominical, ha percibido -como si lo viera- el peligro del alma o del cuerpo de sus hijos, y en ese momento el corazón se les estremece, el pulso se les acelera, la oración brota del alma y la gracia se consigue para ellos, porque las plegarias de las madres consiguen todo lo que piden al Señor.


¡Alabado sea Jesucristo porque ha puesto en nuestras madres un latido de su propio corazón!Mons. Juan José Hinojosa Vela



ORACION DE LOS FIELES
Invoquemos a Cristo, camino, verdad y vida, y, como pueblo sacerdotal, pidámosle por las necesidades de todo el mundo:
Lector: Para que Cristo, esposo de la Iglesia…Todos: llene de alegría pascual a todos los que se han consagrado a la extensión de su reino.
Lector: Para que Cristo, piedra angular del edificio… Todos: ilumine con el anuncio evangélico a los pueblos que aún desconocen la buena nueva de la resurrección.
Lector: Para que Cristo, estrella luciente de la mañana… Todos: seque las lágrimas de los que lloran y aleje el dolor y las penas de los que sufren.
Lector: Para que Cristo, Hijo perfecto de Dios y de la Santísima Virgen María…Todos: bendiga a todas nuestras madres, vivas y difuntas y les conceda el premio de la contemplación de Su Gloria eternamente en el cielo.
Lector: Para que Cristo, testigo fidedigno y veraz… Todos: nos conceda ser sal y luz de los hombres que desconocen la victoria de la resurrección.
Dios nuestro, que nos has unido a Cristo como sarmientos a la verdadera vid, escucha nuestra oración y danos tu Espíritu Santo, para que, amándonos los unos a los otros demos frutos abundantes de santidad y de paz. Por Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina, inmortal y glorioso, por los siglos de los siglos. Todos: Amén