jueves, 24 de septiembre de 2009

Escucha, Señor, y respóndeme; salva a tu siervo, que confía en ti; ten piedad de mí, Dios mío, pues sin cesar te invoco.


JMS Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre si no es por mí, dice el Señor. Aleluya.

Evangelio según san Lucas 11, 27-28


En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las turbas, una mujer de entre el gentío levantó la voz diciendo: "¡Dichosos el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!" pero él repuso: Mejor: ¡Dichoso los que escuchaban la palabra de Dios y la cumplen! Palabra del Señor.

Contemplar a Jesús, conocerle, tratarle es también nuestro mayor deseo y nuestra mayor esperanza. Nada se puede comparar a este don. Herodes, teniéndole tan cerca, no supo ver al Señor; incluso tuvo la oportunidad de poder ser enseñado por el Bautista –el que señalaba con el dedo al Mesías que había llegado ya– y, en vez de seguir sus enseñanzas, le mandó matar. Ocurrió con Herodes como con aquellos fariseos a los que el Señor dirige la profecía de Isaías: Con el oído oiréis, pero no entenderéis, con la vista miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos y han cerrado sus ojos.... Por el contrario, los Apóstoles tuvieron la inmensa suerte de tener presente al Mesías, y con Él todo lo que podían desear.

Bienaventurados, en cambio, vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen, les dice el Maestro. Los grandes Patriarcas y los mayores Profetas del Antiguo Testamento nada vieron en comparación a lo que ahora pueden contemplar sus discípulos. Moisés contempló la zarza ardiente como símbolo de Dios Vivo. Jacob, después de su lucha con aquel misterioso personaje, pudo decir: He visto cara a cara a Dios; y lo mismo Gedeón: He visto cara a cara a Yahvé..., pero estas visiones eran oscuras y poco precisas en comparación con la claridad de aquellos que ven a Cristo cara a cara. Pues en verdad os digo que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que vosotros estáis viendo.... La gloria de Esteban , el primero que dio su vida por el Maestro– consistirá precisamente en eso: en ver los Cielos abiertos y a Jesús sentado a la derecha del Padre.

Jesús vive y está muy cerca de nuestros quehaceres normales. Hemos de purificar nuestra mirada para contemplarlo. Su rostro amable será siempre el principal motivo para ser fieles en los momentos difíciles y en las tareas de cada día. Le diremos muchas veces, con palabras de los Salmos: Vultum tuum Domine requiram..., buscaré, Señor, tu rostro... siempre y en todas las cosas. Quien busca, halla. La Virgen y San José buscaron a Jesús durante tres días, y lo encontraron. Zaqueo, que también deseaba verlo, puso los medios y el Maestro se le adelantó invitándose a su casa. Las multitudes que salieron en su busca tuvieron luego la dicha de estar con Él. Nadie que de verdad haya buscado a Cristo ha quedado defraudado. Herodes, como se verá más tarde en la Pasión, solo trataba de ver al Señor por curiosidad, por capricho..., y así no se le encuentra. Cuando se lo remitió Pilato, al ver a Jesús, se alegró mucho, pues deseaba verlo hacía mucho tiempo, porque había oído muchas cosas acerca de Él y esperaba verle hacer algún milagro. Le preguntó con muchas palabras, pero Él no le respondió nada17. Jesús no le dijo nada, porque el Amor nada tiene que decir ante la frivolidad. Él viene a nuestro encuentro para que nos entreguemos, para que correspondamos a su Amor infinito.

A Jesús, presente en el Sagrario, ¡y tan cercano a nuestras vidas!, le vemos cuando deseamos purificar el alma en el sacramento de la Confesión, cuando no dejamos que los bienes pasajeros ,incluso los lícitos, llenen nuestro corazón como si fueran definitivos, pues ,como enseña San Agustín, “el amor a las sombras hace a los ojos del alma más débiles e incapaces para llegar a ver el rostro de Dios. Por eso, el hombre mientras más gusto da a su debilidad más se introduce en la oscuridad”.

buscaré, Señor, tu rostro... La contemplación de la Humanidad Santísima del Señor es inagotable fuente de amor y de fortaleza en medio de las dificultades de la vida. Muchas veces nos acercaremos a las escenas del Evangelio; consideraremos despacio que el mismo Jesús de Betania, de Cafarnaún, el que recibe bien a todos... es el que tenemos, quizá a pocos metros, en el Sagrario. En otras ocasiones nos servirán las imágenes que lo representan para tener como un recuerdo vivo de su presencia, como hicieron los santos.

“Entrando un día en el oratorio –escribe Santa Teresa de Jesús–, vi una imagen que habían traído allí a guardar (...). Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle”. Este amor, que de alguna manera necesita nutrirse de los sentidos, es fortaleza para la vida y un enorme bien para el alma. ¡Qué cosa más natural que buscar en un retrato, en una imagen, el rostro de quien tanto se ama! La misma Santa exclamaba: “¡Desventurados de los que por su culpa pierden este bien! Bien parece que no aman al Señor, porque si le amaran, holgarse de ver su retrato, como acá aun da contento ver el de quien se quiere bien”

Jesús, a quien ahora veo escondido, te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro ya no oculto, sea yo feliz viendo tu gloria, rezamos en el Himno Adoro te devote.

Ya tenemos a Jesús con nosotros, hasta el fin de los siglos. En la Sagrada Eucaristía está Cristo completo: su Cuerpo glorioso, su Alma humana y su Persona divina, que se hacen presentes por las palabras de la Consagración. Su Humanidad Santísima, escondida bajo los accidentes eucarísticos, se encuentra en lo que tiene de más humilde, de más común con nosotros –su Cuerpo y su Sangre, aunque en estado glorioso–; y especialmente asequible: bajo las especies de pan y de vino. De modo particular en el momento de la Comunión, al hacer la Visita al Santísimo..., hemos de ir con un deseo grande de verle, de encontrarnos con Él, como Zaqueo, como aquellas multitudes que tenían puesta en Él toda su esperanza, como acudían los ciegos, los leprosos... Mejor aún, con el afán y el deseo con que le buscaron María y José, como hemos contemplado tantas veces en el Quinto misterio de gozo del Santo Rosario. A veces, por nuestras miserias y falta de fe, nos podrá resultar costoso apreciar el rostro amable de Jesús.
Es entonces cuando debemos pedir a Nuestra Señora un corazón limpio, una mirada clara, un mayor deseo de purificación.
Nos puede ocurrir como a los Apóstoles después de la resurrección, que, aunque estaban seguros de que era Él, no se atrevían a preguntarle; tan seguros que ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle: ¿Tú quién eres?, porque sabían que era el Señor. ¡Era algo tan grande encontrar a Jesús vivo, el de siempre, después de verle morir en la Cruz! ¡Es tan inmenso encontrar a Jesús vivo en el Sagrario, donde nos espera!

Fuentes: IESVS.org; EWTN.com; Colección Hablar con Dios de

www.FranciscoFCarvajal.org de www.edicionespalabra.es ,

misalpalm.com, Catholic.net



Santoral
www.iesvs.org


Nuestra Señora de las Mercedes
San Gerardo Sagredo

Nuestra Señora de las Mercedes. Patrona de los Presos.

Nuestra Señora de la MercedUna antigua tradición narra que en el año de 1218 la Sma. Virgen se le apareció a San Pedro Nolasco recomendándole que fundara una comunidad religiosa que se dedicara a socorrer a los que eran llevados cautivos a sitios lejanos.

San Pedro Nolasco, apoyado por el rey Jaime el Conquistador y aconsejado por San Raimundo de Peñafort, fundó la Orden religiosa de Nuestra Señora de la Merced o de las Mercedes. La palabra merced quiere decir: misericordia, ayuda, caridad.

Esta comunidad religiosa lleva muchos siglos ayudando a los prisioneros y ha tenido mártires y santos. Sus religiosos rescataron muchísimos cautivos que estaban presos en manos de los feroces sarracenos.

Desde el año 1259 los Padres Mercedarios empezaron a difundir la devoción a Nuestra Señora de la Merced (o de las Mercedes) la cual está muy extendida por el mundo.

Recordemos que a quienes ayudan a los presos les dirá Cristo en el día del Juicio: "Estuve preso y me ayudaste. Todo el bien que le hiciste a los demás, aunque sea a los más humildes, a Mí me lo hiciste"(Mat. 25, 40).


Oración a Nuestra Señora de la Merced

Generala del Ejército Argentino
A ti recurrimos, oh Virgen Generala de nuestros Ejércitos, para implorar tu maternal protección sobre esta Patria Argentina.
Te recordamos que aquí se alzó el altar donde se glorificó a Jesús Eucarístico ante el mundo entero; que nuestra bandera se hizó en la presencia augusta de tu divino Hijo; que los colores nacionales cruzan sobre tu pecho cual blasón de Generala del Ejército Argentino.
Por todo esto te pedimos que protejas a nuestra Patria erigida según los designios divinos y que del uno al otro confín sepan los pueblos honrarla y que al postrarnos ante tu imagen de Virgen Generala resuene esta unánime aclamación:
¡Tu eres la gloria de nuestra Patria. Tú eres la honra de nuestro pueblo! ¡Tu la Generala de nuestro Ejército!.


Nuestra Señora de las Mercedes de Tucumán AQUÍ


Virgen de la Merced, Argentina