jueves, 3 de septiembre de 2009

Dios se apoya en ti; Lánzate a las aguas con la audacia de los enamorados de Dios”.


JMS "Síganme, dice el Señor, y yo los haré pescadores de hombres". Aleluya.

† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (5, 1-11)

Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír la palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud.

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra echaré las redes”.

Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían.

Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”

Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro, al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Entonces Jesús le dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra, y dejándolo todo, lo siguieron.

Palabra del Señor.

Oremos:

Señor Dios, que cuidas de tu pueblo con ternura y lo gobiernas con amor, concede tu espíritu de sabiduría, por intercesión del Papa san Gregorio, a quienes has encomendado el gobierno de la Iglesia, a fin de que no se pierda ninguna oveja de las confiadas a su cuidado.

Por nuestro Señor Jesucristo...

Amén.

EL PODER DE LA OBEDIENCIA

“El secreto de todos los avances y de todas las victorias está en saber “volver a empezar”, en sacar la lección de un fracaso y después intentar una vez más”. A través de esos aparentes fracasos, quizá quiera decirnos el Señor que debemos actuar por motivos más sobrenaturales, por obediencia, por Él y solo por Él. “¡Oh poder de la obediencia! -El lago de Genesaret negaba sus peces a las redes de Pedro. Toda una noche en vano.

“—Ahora, obediente, volvió la red al agua y pescaron “piscium multitudinem copiosam” -una gran cantidad de peces.

“—Créeme: el milagro se repite cada día”.

Si alguna vez nos encontramos cansados y sin fuerzas para recomenzar, miraremos al Señor que nos acompaña en esta barca nuestra. Entonces Jesús nos invita a poner en práctica, con docilidad interior, con empeño, esos consejos que hemos recibido en la Confesión, en la dirección espiritual, y encontraremos las fuerzas. “Muchas veces –dice Santa Teresa– me parecía no poder sufrir el trabajo conforme a mi bajo natural; me dijo el Señor: Hija, la obediencia da fuerzas”.

Este pasaje del Evangelio está lleno de enseñanzas:

por la noche, en ausencia de Cristo, la labor había sido estéril. Lo mismo ocurre en la vida de los cristianos cuando pretenden sacar adelante tareas apostólicas sin contar con el Señor, en la oscuridad más grande, dejándose llevar exclusivamente de la propia experiencia o de esfuerzos demasiado humanos. “Te empeñas en andar solo, haciendo tu propia voluntad, guiado exclusivamente por tu propio juicio... y, ¡ya lo ves!, el fruto se llama “infecundidad”.

“Hijo, si no rindes tu juicio, si eres soberbio, si te dedicas a “tu” apostolado, trabajarás toda la noche –¡toda tu vida será una noche!–, y al final amanecerás con las redes vacías”.

Pedro mostró su humildad al obedecer a quien, por no ser hombre de mar, bien se podría pensar que poco o nada sabía de aquel trabajo en el que, día tras día, él, Simón, había conseguido tanta experiencia y un gran saber. Sin embargo, se fía del Señor, tiene más confianza en la palabra de Jesús que en sus años de brega. Esto nos indica también que el Señor ya lo había ganado para Sí, que ya poco faltaba para que lo dejara todo por Él.

Esta obediencia, esta confianza en las palabras de Jesús fue la última preparación de Pedro para recibir su llamamiento definitivo. Parece como si el Señor hubiera dispuesto su llamada después de un acto de obediencia y de confianza plena.

La necesidad de la obediencia para quien quiere ser discípulo de Cristo –por encima de toda razón de conveniencia, de eficacia– está en que forma parte del misterio de la Redención, pues Cristo mismo “reveló su misterio y realizó la redención con su obediencia”. Por eso, el que quiera seguir los pasos del Maestro no puede limitar su obediencia; Él nos enseñó a obedecer en lo fácil y en lo heroico, “pues obedeció en cosas gravísimas y dificilísimas: hasta la muerte de Cruz”.

La obediencia nos lleva a querer identificar en todo nuestra voluntad con la voluntad de Dios, que se manifiesta a través de los padres, de los superiores, de los deberes que llevan consigo los quehaceres familiares, sociales y profesionales. La voluntad de Dios en lo que hace referencia al alma se revela de modo muy particular en los consejos de la dirección espiritual.

El Señor espera de nosotros, por tanto, una conducta enteriza que incluye –en toda circunstancia– una obediencia delicada y alegre: sujeción, por Dios, a la autoridad legítima en los diversos órdenes de la vida humana, primordialmente al Romano Pontífice y al Magisterio de la Iglesia.

Si permanecemos con Cristo, Él llena siempre nuestras redes. Junto a Él, incluso lo que parecía estéril y sin sentido se vuelve eficaz y fructuoso. “La obediencia hace meritorios nuestros actos y sufrimientos, de tal modo que, de inútiles que estos últimos pudieran parecer, pueden llegar a ser muy fecundos. Una de las maravillas realizadas por nuestro Señor es haber hecho que fuera provechosa la cosa más inútil, como es el dolor.

Él lo ha glorificado mediante la obediencia y el amor”.