sábado, 19 de septiembre de 2009

Dichosos los que cumplen la palabra del Señor con un corazón bueno y sincero, y perseveran hasta dar fruto.


JMS Evangelio del dia 19 de Septiembre y Novena al padre Pio

Evangelio

Lo que cayó en tierra buena representa a los que escuchan la Palabra, la conservan en un corazón bueno y bien dispuesto, y dan fruto por su constancia

En aquel tiempo, mucha gente se había reunido alrededor de Jesús, y al ir pasando por los pueblos otros más se le unían. Entonces les dijo esta parábola:
"Salió un sembrador a sembrar su semilla. Al ir sembrando, unos granos cayeron en el camino, la gente los pisó y los pájaros se los comieron. Otros cayeron en terreno pedregoso; y al brotar, se secaron por falta de humedad. Otros cayeron entre espinos; y al crecer éstos los ahogaron. Los demás cayeron en tierra buena; crecieron y produjeron el ciento por uno".
Dicho esto, exclamó:
"El que tenga oídos para oír, que oiga".
Entonces le preguntaron los discípulos:
"¿Qué significa esta parábola?"
Y él les respondió:
"A ustedes se les ha concedido conocer claramente los secretos del Reino de Dios; en cambio, a los demás sólo les hablo en parábolas para que viendo no vean y oyendo no entiendan.
La parábola significa esto: la semilla es la Palabra de Dios; lo que cayó en el camino representa a los que escuchan la Palabra, pero luego viene el diablo y se la lleva de sus corazones, para que no crean ni se salven. Lo que cayó en terreno pedregoso representa a los que al escuchar la Palabra la reciben con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan. La semilla que cayó entre espinos representa a los que escuchan la Palabra, pero con los afanes, riquezas y placeres de la vida se van ahogando y no dan fruto. Lo que cayó en tierra buena representa a los que escuchan la Palabra, la conservan en un corazón bueno y bien dispuesto, y dan fruto por su constancia".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


Nadie tiene mayor amor por sus amigos que el que da la vida por ellos.
Necesidad de oración y de sacrificio para que la gracia dé fruto en el alma.

Se reunió junto al Señor una gran muchedumbre, que acudía a Él de todas las ciudades. Y Jesús aprovechó la ocasión, como tantas veces, para enseñarles el misterio de la acción de la gracia en las almas mediante la parábola del sembrador. Todos los que le escuchaban conocían bien las condiciones en que se hacían las labores del campo en aquellas tierras de Palestina.
Salió el sembrador a sembrar su semilla... Es Cristo mismo que continuamente, hoy también, extiende su reinado de paz y de amor en las almas, contando con la libertad y la personal correspondencia de cada uno.
Dios se encuentra en las almas con situaciones tan diversas como distintos son los terrenos que reciben idéntica semilla. Al llevar a cabo la siembra, parte cayó junto al camino, y fue pisoteada y se la comieron las aves del cielo: se perdió completamente, sin dar fruto.
Más tarde, cuando Jesús explique a sus discípulos la parábola, les dirá que el diablo se lleva la palabra de su corazón. Estas almas, endurecidas por la falta de arrepentimiento de sus pecados, se incapacitan para recibir a Dios que las visita. A este mal terreno se asemeja el corazón “que está pisoteado por el frecuente paso de los malos pensamientos, y seco de tal modo que no puede recibir la semilla ni esta germinar”. El demonio encuentra en estas almas el terreno apropiado para lograr que la semilla de Dios quede infecunda.


Por el contrario, el alma que, a pesar de sus flaquezas, se arrepiente una y otra vez, y procura evitar las ocasiones de pecar y recomienza cuantas veces sea necesario, atraerá la misericordia divina.

La humildad que supone reconocer los pecados, quizá solo veniales, y los propios defectos prepara el alma para que Dios siembre en ella y fructifique.

Por eso, hoy, al meditar esta parábola de Jesús, puede ser un buen momento para que nos preguntemos si cada día pedimos perdón por todas aquellas cosas que no agradan al Señor, aun en lo pequeño, y si acudimos con verdadera sed de limpieza a la Confesión frecuente.

Ahora es buen momento para pedirle a Jesús que nos ayude a echar lejos de nosotros todo aquello, por pequeño que sea, que nos separa de Él, a no pactar con defectos y actitudes que entorpecen la amistad que Él nos ofrece diariamente. “Has llegado a una gran intimidad con este nuestro Dios, que tan cerca está de ti, tan dentro de tu alma..., pero, ¿procuras que aumente, que se haga más honda? ¿Evitas que se metan por medio pequeñeces que puedan enturbiar esa amistad?

¡Sé valiente! No te niegues a cortar todo lo que, aunque sea levemente, cause dolor a Quien tanto te ama”.
Parte de la semilla cayó sobre pedregal, y una vez nacida se secó por falta de humedad. Estos son los que reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíces; creen durante algún tiempo pero a la hora de la tentación se vuelven atrás. A la hora de la prueba sucumben porque han basado su seguimiento a Cristo en el sentimiento y no en una vida de oración, capaz de resistir los momentos difíciles, las pruebas de la vida y las épocas de aridez. “A muchos les agrada lo que escuchan y se proponen obrar bien; pero en cuanto comienzan a ser incomodados por las adversidades abandonan las buenas obras que habían comenzado”.
¡Cuántos buenos propósitos han naufragado cuando el camino de la vida interior ha dejado de ser llano y placentero! Estas almas buscaban más su contento y la satisfacción propia que a Dios mismo. “Unos por unas razones y otros por otras –se quejaba San Agustín–, el hecho es que apenas se busca a Jesús por Jesús”. Buscar a Jesús, por Él mismo, con aridez cuando llegue; querer subir a la cumbre no solo cuando el camino es llano y sombreado, sino cuando se convierte en un sendero apenas visible en medio de la rocas, sin más amparo que el deseo firme de subir hasta la cima donde está Cristo: buscar “a Jesús por Jesús”. Solo lo conseguiremos con la fidelidad a la oración diaria, cuando resulta fácil y cuando cuesta.

Otra parte de la semilla cayó en medio de las espinas, y habiendo crecido con ella las espinas la sofocaron. Estos son los que, habiendo oído y arraigado en el alma la palabra de Dios, no llegaron a dar fruto a causa de las preocupaciones, riquezas y placeres de la vida. Es imposible seguir a Cristo sin una vida mortificada, pues poco a poco se pierde el atractivo por las cosas de Dios y, paralelamente, se inicia el camino fácil de las compensaciones, del apegamiento desordenado al dinero, a la comodidad..., y se acaba deslumbrado por el aparente valor de las cosas terrenas. “No te asombres de que a los placeres llamara espinas (...) –comenta San Basilio–. Así como las espinas, por cualquier parte que se las coja, ensangrientan las manos, así también los placeres dañan a los pies, a las manos, a la cabeza, a los ojos... Cuando se pone el corazón en las cosas temporales sobreviene la vejez prematura, se embotan los sentidos, se entenebrece la razón...”.

La oración y la mortificación preparan al alma para recibir la buena semilla y dar fruto. Sin ellas, la vida queda infecunda. “El sistema, el método, el procedimiento, la única manera de que tengamos vida –abundante y fecunda en frutos sobrenaturales– es seguir el consejo del Espíritu Santo, que nos llega a través de los Hechos de los Apóstoles: “omnes erant perseverantes unanimiter in oratione” -todos perseveraban unánimemente en la oración.

“Sin oración, ¡nada!”. No existe un camino hacia Dios que no pase por la oración y el sacrificio.

La semilla que cayó en tierra buena son los que oyen la palabra con un corazón bueno y generoso, la conservan y dan fruto mediante la paciencia.

Todos, independientemente de la situación anterior, podemos dar buenos frutos para Dios, pues Él siembra constantemente la semilla de su gracia. La eficacia depende de nuestras disposiciones. Tres son las características que señala el Señor en la tierra buena: oír con un corazón contrito, humilde, los requerimientos divinos; esforzarse para que ,con la oración y la mortificación esas exigencias calen en el alma y no se atenúen con el paso del tiempo; y, por último, comenzar y recomenzar, sin desanimarse si los frutos tardan en llegar, si nos damos cuenta de que los defectos no acaban de desaparecer a pesar de los años y del empeño en la lucha por desarraigarlos.

Os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo –se lee hoy en la Liturgia de las Horas–; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Si queremos y somos dóciles, el Señor está dispuesto a cambiar en nosotros todo lo que sea necesario para transformarnos en tierra buena y fértil. Hasta lo más profundo de nuestro ser, el corazón, puede verse renovado si nos dejamos arrastrar por la gracia de Dios, siempre tan abundante. Lo importante es ir una y otra vez a Él, con humildad, en demanda de ayuda, sin querer separarnos jamás de su lado, aunque nos parezca que no avanzamos, que pasa el tiempo y no cosechamos los frutos deseados.
“Dios es agricultor, enseña San Agustín, y si se aparta del hombre, este se convierte en un desierto. El hombre es también agricultor, y si se aparta de Dios, se convierte también en un desierto”.
No nos separemos de Él; acudamos a su Corazón misericordioso muchas veces a lo largo del día.

Canten al Señor un cántico nuevo, hombres de toda la tierra, canten al Señor. Hay brillo y esplendor en su presencia y en su templo, belleza y majestad.

Oremos:

Dios eterno y todopoderoso, conduce nuestra vida por el camino de tus mandamientos para que, unidos a tu Hijo amado, podamos producir frutos abundantes. Por nuestro Señor Jesucristo.


Novena al Padre Pío de Pietrelcina


"Día Quinto"

EL PADRE PÍO, MÁRTIR DEL CONFESIONARIO

Oraciones para todos los días.

Por la señal de la Santa cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Acto de contrición: Dios mío me arrepiento de todo corazón de haberte ofendido porque eres infinitamente bueno. Dame tu santa gracia para no ofenderte más. Amén.

Padre Nuestro y Ave María.

Credo:

Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

Reflexión: Podemos resumir el ministerio sacerdotal del padre Pío, en dos polos luminosos: el altar y el confesionario. En el altar se inmolaba con Cristo en la cruz y en el confesionario repartía la infinita misericordia del Señor.

En el confesionario el padre Pío desempeñó su paternidad con fuerza y ternura. Era severo y exigente con los penitentes curiosos e hipócritas. Era inflexible con los pecados contra la vida, los pecados de la blasfemia y la trasgresión del precepto dela misa festiva. No era raro que cerrara la ventanilla del confesionario en las narices de los penitentes o les gritara: ¡Fuera de aquí, desgraciado!.

Sus explosiones eran fuertes vibraciones de su espíritu para romper ciertas barreras y sacudir ciertos corazones empedernidos.


El Papa Juan Pablo II, en la canonización del padre Pío, dijo:

“Aunque aquel singular confesor trataba a los peregrinos con aparente dureza, éstos, tomando conciencia de la gravedad del pecado y sinceramente arrepentidos, volvían casi siempre para recibir el abrazo pacificador del perdón sacramental”.

Un penitente tres veces despedido del confesionario y, finalmente absuelto, comentaba: “Ahora sí que he llegado a comprender la gravedad de mis faltas. Hasta este momento nadie había sacudido mi indiferencia, como ahora lo ha hecho el padre Pío. Ahora comprendo mejor y le agradezco a Dios que se haya servido para ello del pulso firme y, al mismo tiempo, paternal del padre Pío

¡Cuánto le costaban al padre Pío las confesiones! Solía decir: ¡Si supieran cuánto cuesta un alma!. Las almas no se dan como regalo: se compran. ¡Ustedes no saben lo que le costaron a Jesús!. Ahora y siempre hay que pagarlo con la misma moneda.

Oración final para todos los días.

Oremos: Dios todopoderoso y lleno de bondad, que nos has dado en san Pío de Pietrelcina un modelo de sacerdote consagrado al ministerio de la penitencia, concédenos, por su intercesión, convertirnos a ti de todo corazón y recibir tu misericordia abundante. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén











"Sean portadores de Dios para los enfermos; eso será más útil que cualquier otro cuidado", asi decia Padre Pio
Nuestro santo no alteraba su vida por la influencia del mundo. Él vivió en su convento, dedicando su vida a la oración, la meditación, el encuentro con Jesús en la Eucaristía y en su trabajo predilecto: la confesión. Sólo Dios importaba, apartar al hombre de la atracción de un mundo que poco tiene que ver con Cristo, y llevar a la mayor cantidad de gente posible a la Verdadera Vida en Dios.