miércoles, 9 de diciembre de 2009

"Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor"


"En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y envió a su Hijo como expiación por nuestros pecados. Queridos, si así nos amó Dios, entonces nosotros debemos amarnos mutuamente".El nos ha amado antes de que y sin que nosotros lo hayamos merecido. A nosotros toca corresponder agradecidos a lo que gratis se nos ha dado.primera carta de Juan (4,10-11)


En mi angustia grité al Señor.
Él ha escuchado mi voz.
¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación
invocando tu nombre.
¿Porqué te acongojas, alma mía,
y te agitas por mí?
Espera en Dios, aún volverás a alabarlo,
a mi Dios y mi Salvador.
Sufro, Señor, en mi alma,
vivo inquieto por tantas y tantas cosas que me abruman…
Veo a mi alrededor hermanos que sufren,
personas solas, incomprendidas, dejadas.
No hay peor pobre que aquél
que no tiene un ciprés que le espere,
¡y hay tantos que lo experimentan
en su propia carne…!
No encuentran, ni siquiera,
un escuálido ciprés que los espere.
Yo, en cambio, tengo el don
de poder decir que tú, tú, Señor,
eres mi paz, mi fuerza, mi consuelo,
eres el gran don de mi vida.
Mientras subo al Tabor, el Monte de Dios,
ya sé que allí, en la cumbre,
podré contemplar tu rostro luminoso.
Tú eres, Señor, mi refugio y mi fortaleza,
mi seguridad y mi paz.
Eres el amigo fiel que siempre está.
Tú nunca te ausentas de mí,
aunque yo me olvide de ti:
en cuanto vuelvo, percibo que estás en mi,
y esta fidelidad de presencia
es la fuente de mi paz.
Yo quiero ser para todos
testigo de esta paz.
La paz que vivo en mi oración
y que solo encuentro en ti.
Tengo que gritar a todos:
"¡Hermanos, hermanos, Dios es nuestra paz!"
Y más suave y concreto:
¡Hermano: tú que te sientes pequeño,
tú que sufres, tú que lloras,
tú que ríes, tú que cantas:
Dios, el Señor, es tu paz!.
Era este tu constante saludo de resucitado:
"Que la paz esté con vosotros.
No tengáis miedo".
Enséñame a encontrarte en el silencio de tu paz.
Gracias, Señor,
tú eres nuestra paz.

Un Pensamiento: Hay que realizar bien el propio trabajo, pero sin entregarse a él, sin inquietarse por él. Nuestro trabajo no debe impedirnos el contacto permanente con Dios. Hay que aislarse en la labor personal, dedicarle, sí, a conciencia el tiempo prescrito para ello, pero con libertad de espíritu. (Víctor Sión)


Constantemente se nos ofrecen, como a Teresa, ocasiones de ejercitar la paciencia, pero las dejamos escapar. ¿Porqué? Por falte de fe en el Amor, y por falta de vigilancia sobre nuestra conducta. En los momentos de dolor, en lugar de levantar los ojos y el corazón a Dios, que lo permite en su amorosa Providencia, en lugar de unirnos a Él por el sacrificio inmediato y espontáneo de nuestra voluntad en aras de la voluntad divina, nos replegamos egoístamente sobre nosotros mismos. ¡Qué pérdida tan incalculable!. (Liagre)


El día en que nos hayamos volcado del todo y sin reservas, sin quedarnos con nada, el día en que devolvamos inmediatamente a Dios todo lo que recibimos continuamente de Él, ese día se acabará nuestro tiempo. Estaremos maduros para la eternidad, para la vida eterna.

(José Fernández de Retana)

Tu ser es tu esencia. Vales mucho más que tus palabras, tus pensamientos y tus obras. Tienes que entregar a Dios tu ser, despojado de todo poseer y de todo obrar. Cuántas veces tus posesiones te han impedido existir. Cuanto más avances en la vida de oración, más pobre, despojado y sencillo serás. Entonces harás oración con el fondo de tu ser, más allá de las palabras. Como Charles de Foucauld, te ofrecerás ante Dios en pura pérdida de ti. (Jean Lafrance)


eCuanto más nos sometamos a la voluntad de Dios, más condescendencia tiene Dios con nuestra voluntad. Parece que desde que uno se compromete únicamente a obedecerle, Él sólo cuida de satisfacernos: y no sólo escucha nuestras oraciones, sino que las previene, y busca hasta el fondo de nuestro corazón estos mismos deseos que intentamos ahogar para agradarle y los supera a todos.

En fin, el gozo del que tiene su voluntad sumisa a la voluntad de Dios es un gozo constante, inalterable, eterno. Ningún temor turba su felicidad, porque ningún accidente puede destruirla. Me lo represento como un hombre sentado sobre una roca en medio del océano; ve venir hacia él las olas más furiosas sin espantarse, le agrada verlas y contarlas a medida que llegan a romperse a sus pies; que el mar esté calmo o agitado, que el viento impulse las olas de un lado o del otro, sigue inalterable porque el lugar donde se encuentra es firme e inquebrantable.

De ahí nace esa paz, esta calma, ese rostro siempre sereno, ese humor siempre igual que advertimos en los verdaderos servidores de Dios.

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El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida. Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón, no se marchitan sus hojas1.

Nuestra vida no tiene sentido si no es junto al Señor. ¿A dónde iremos, Señor? Solo Tú tienes palabras de vida eterna. Nuestros éxitos, la felicidad humana que podamos acaparar es paja que arrebata el viento. Verdaderamente, podemos decirle al Señor en nuestra oración personal: “Quédate con nosotros, porque nos rodean en el alma las tinieblas y solo Tú eres luz, solo Tú puedes calmar esta ansia que nos consume. Porque entre todas las cosas hermosas y honestas no ignoramos cuál es la primera: poseerte siempre a Ti, Señor”.

Él viene a traernos un amor que lo penetra todo como el fuego y a darle sentido a nuestra vida sin sentido. Amor exigente es el del Señor, que pide siempre más y nos lleva a crecer en finura del alma con Dios y a dar muchos frutos.