sábado, 17 de octubre de 2009

"Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí; vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí." San Ignacio.




JMS Evangelio del dia 17 de Octubre con Meditacion y Santoral
Oremos Hermanos. porque Orar es Bueno:
Dios eterno y todopoderoso, que has querido glorificar a tu Iglesia con el testimonio de los mártires, concédenos que el glorioso martirio que mereció a san Ignacio una corona inmortal, fortalezca cada vez más nuestra fe.

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo les aseguro que a todo aquel que me reconozca abiertamente ante los hombres, lo reconocerá abiertamente el Hijo del hombre ante los ángeles de Dios; pero a aquel que me niegue ante los hombres, yo lo negaré ante los ángeles de Dios.

A todo aquel que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero a aquel que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará.

Cuando los lleven a las sinagogas y ante los jueces y autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir, porque el Espíritu Santo les enseñará en aquel momento lo que convenga decir”.

Lucas (12, 8-12)

Reflexion:
Jesucristo nos dio a conocer plenamente al Espíritu Santo como una Persona distinta del Padre y del Hijo, como el Amor personal dentro de la Trinidad Beatísima, que es la fuente y modelo de todo amor creado.

Nosotros le pedirnos hoy al Señor una radical sinceridad y una verdadera humildad para reconocer nuestras faltas y pecados, también los veniales, que no nos acostumbremos a ellos, que seamos rápidos en acudir a Él y que nos perdone y deje nuestro corazón sensible a la acción del Espíritu Santo. Y a Nuestra Señora le pedimos el santo temor de Dios para no perder nunca el sentido del pecado, y la conciencia de los propios errores y flaquezas. “Cuando tenemos turbia la vista, cuando los ojos pierden claridad, necesitamos ir a la luz. Y Jesucristo nos ha dicho que Él es la Luz del mundo y que ha venido a curar a los enfermos”
En todas las acciones de Jesús está presente el Espíritu, pero será en la Última Cena cuando el Señor hable de Él con más claridad, como de una Persona distinta del Padre y del Hijo, y muy cercano a la Redención del mundo. Jesús se refiere a Él como a un paráclito o consejero, esto es, un abogado y confortador. La palabra paráclito era usada en el mundo profano griego para referirse a una persona llamada a asistir o a hablar por otra, especialmente en los procesos legales. El Espíritu Santo tiene por eso una particular misión en lo que se refiere al juicio de la propia conciencia y a ese otro juicio tan especial de la Confesión, en el que el reo sale absuelto para siempre de sus culpas y lleno de una riqueza nueva.

En nuestra propia vida sentiremos el peso de nuestros pecados solo cuando consideremos esas faltas, ante todo, como ofensas a Dios, que nos separan de Él y nos vuelven torpes y sordos para oír al Paráclito, al Espíritu Santo, en el alma. Cuando las propias debilidades no se relacionan con el Señor, ocurre lo que ya hacía notar San Agustín: hay quienes, al cometer cierta clase de pecados, se imaginan no pecar, porque dicen que no hacen mal a nadie. ¡Qué gracia tan grande, por el contrario, sentir el peso de nuestras faltas, que nos llevará a hacer actos reiterados de contrición y a desear ardientemente la Confesión frecuente, donde el alma se purifica y se dispone para estar cerca de Dios! “Si no andáis encorvado y entristecido por el pecado, no le habéis conocido (el mal cometido) –enseña San Juan de Ávila–. Pesa el pecado: sicut onus grave gravatae sunt super me (Sal 37, 5). Más pesa el pecado que yo... ¿Qué cosa es el pecado? Una deuda insoluble, una carga insoportable que ni quintales pesan tanto”. Y más adelante dice el Santo: “No hay carga tan pesada, ¿por qué no la sentimos? Porque no hemos sentido la bondad de Dios”. San Pedro descubrió en la pesca milagrosa la divinidad de Cristo y su propia poquedad. Por eso se echó a los pies de Jesús y le dijo: Apártate de mí, Señor, que soy un pobre pecador. Pedía al Señor que se apartara, porque le parecía que, con la oscuridad de sus flaquezas, no podría soportar su radiante luz. Y mientras sus palabras declaraban su indignidad, los ojos y toda su actitud rogaban a Jesús fervientemente que lo tomaran con Él para siempre.

La suciedad de los pecados necesita un término de referencia, y este es la santidad de Dios. El cristiano solo percibe el desamor cuando considera el amor de Cristo. De otro modo justificará fácilmente todas sus debilidades. Pedro, que ama a Jesús profundamente, sabrá arrepentirse de sus negaciones, precisamente con un acto de amor, que quizá nosotros también hemos empleado muchas veces: Domine -le dirá aquella mañana después de la segunda pesca milagrosa-, tu omnia nosti, tu scis quia amo te. Señor, Tú sabes todas las cosas, Tú sabes que te amo. Así acudiremos al Señor con un acto de amor, cuando no hayamos correspondido al suyo. La contrición da al alma una gran fortaleza, devuelve la esperanza y proporciona una particular delicadeza para oír y entender a Dios.

Pidamos con frecuencia a Nuestra Madre Santa María, que tan dócil fue a las mociones del Espíritu Santo, que nos enseñe a tener una conciencia muy delicada, que no nos acostumbremos al peso del pecado y que sepamos reaccionar con prontitud ante el más pequeño pecado venial deliberado.

Propósito:
Dedicaré tiempo a meditar más profundamente el Evangelio de hoy.

Oracion:

Aquí estoy, Señor

Tú me llamaste. En este momento en que me dispongo a estar a solas contigo, porque el ruido del mundo me confunde y me aturde, y entiendo que Tú y sólo Tú puedes darme la paz y el gozo que tanto anhelo, una vez más te digo: aquí estoy, Señor.

Aquí estoy, Señor, pongo mi vida en tus manos. Todo lo que tengo y todo lo que soy lo pongo hoy de cara a Ti. Reconozco las veces en las que no te encomiendo mis asuntos, las veces en que tomo decisiones sin consultarte, pues todavía creo que hay espacios de mi vida que no te incumben y en las que puedo arreglármelas solo/a. Son tantas las veces en las que me comporto como un/a chico/a caprichoso/a. Me creo independiente y sin embargo dependo de Ti. Tú y sólo Tú sabes lo que me conviene, aquello que me acerca a Tí y aquello que me aleja.

Hoy quiero decirte: toma mi vida, Señor. Toma mis pensamientos, mi voluntad, mis deseos, mis sentimientos, mis sueños, mis palabras, mis relaciones y mis vínculos, mis ocupaciones, toma hasta las más pequeñas cuestiones de mi vida. Toma mi tiempo, ordénalo. Allana los caminos que me acercan a Ti y corta aquellos que me alejan de tu gracia. Apártame del peligro, retira de mi vida todo aquello que atente contra mi fidelidad a Tí. Sólo quiero servirte a Ti, y quiero hacerlo a tu manera y no a la mía. Ábreme los ojos del espíritu, Señor, dame tu luz. Envíame el Espíritu Santo, lléname de su bondad, de su sabiduría y don de ciencia. Dame tu luz para ver la verdad, sana mi sordera para oír tu voz aconsejándome, suelta mi lengua para alabarte y glorificarte noche y día.

En el Nombre de Jesús YO RENUNCIO A CONDUCIR MI VIDA. En el Nombre de Jesús yo DECLARO, PROCLAMO Y GLORIFICO a Jesús como mi Dios y mi Señor. YO RENUNCIO A TODO ESPÍRITU DE SOBERBIA, independencia, infidelidad, etc., que se retire ahora de mi camino y que ya no regrese.

YO ME CUBRO INTERIOR Y EXTERIORMENTE CON LA PRECIOSA SANGRE DE CRISTO. YO ME CUBRO CON EL MANTO DE LA VIRGEN MARÍA Y LE PIDO QUE ME ENVÍE A SUS SANTOS ANGELES PARA QUE ME GUARDEN TODOS MIS CAMINOS.

Amén.

17 de Octubre

San Ignacio de Antioquía
Mártir
Año 107

San Ignacio de AntioquíaIgnacio significa: "lleno de fuego" (Ingeus: fuego).

Nuestro santo estaba lleno de fuego de amor por Dios.

Antioquía era una ciudad famosa en Asia Menor, en Siria, al norte de Jerusalén. En esa ciudad (que era la tercera en el imperio Romano, después de Roma y Alejandría) fue donde los seguidores de Cristo empezaron a llamarse "cristianos". De esa ciudad era obispo San Ignacio, el cual se hizo célebre porque cuando era llevado al martirio, en vez de sentir miedo, rogaba a sus amigos que le ayudaran a pedirle a Dios que las fieras no le fueran a dejar sin destrozar, porque deseaba ser muerto por proclamar su amor a Jesucristo.

Dicen que fue un discípulo de San Juan Evangelista. Por 40 años estuvo como obispo ejemplar de Antioquía que, después de Roma, era la ciudad más importante para los cristianos, porque tenía el mayor número de creyentes.Mandó el emperador Trajano que pusieran presos a todos los que no adoraran a los falsos dioses de los paganos. Como Ignacio se negó a adorar esos ídolos, fue llevado preso y entre el perseguidor y el santo se produjo el siguiente diálogo.

  • ¿Por qué te niegas a adorar a mis dioses, hombre malvado?
  • No me llames malvado. Más bien llámame Teóforo, que significa el que lleva a Dios dentro de sí.
  • ¿Y por qué no aceptas a mis dioses?
  • Porque ellos no son dioses. No hay sino un solo Dios, el que hizo el cielo y la tierra. Y a su único Hijo Jesucristo, es a quien sirvo yo.

El emperador ordenó entonces que Ignacio fuera llevado a Roma y echado a las fieras, para diversión del pueblo.Encadenado fue llevado preso en un barco desde Antioquía hasta Roma en un largo y penosísimo viaje, durante el cual el santo escribió siete cartas que se han hecho famosas. Iban dirigidas a las Iglesias de Asia Menor.En una de esas cartas dice que los soldados que lo llevaban eran feroces como leopardos; que lo trataban como fieras salvajes y que cuanto más amablemente los trataba él, con más furia lo atormentaban.

El barco se detuvo en muchos puertos y en cada una de esas ciudades salían el obispo y todos los cristianos a saludar al santo mártir y a escucharle sus provechosas enseñanzas. De rodillas recibían todos su bendición. Varios se fueron adelante hasta Roma a acompañarlo en su gloriosos martirio.

Con los que se adelantaron a ir a la capital antes que él, envió una carta a los cristianos de Roma diciéndoles: "Por favor: no le vayan a pedir a Dios que las fieras no me hagan nada. Esto no sería para mí un bien sino un mal. Yo quiero ser devorado, molido como trigo, por los dientes de las fieras para así demostrarle a Cristo Jesús el gran amor que le tengo. Y si cuando yo llegue allá me lleno de miedo, no me vayan a hacer caso si digo que ya no quiero morir. Que vengan sobre mí, fuego, cruz, cuchilladas, fracturas, mordiscos, desgarrones, y que mi cuerpo sea hecho pedazos con tal de poder demostrarle mi amor al Señor Jesús". ¡Admirable ejemplo!.Al llegar a Roma, salieron a recibirlo miles de cristianos. Y algunos de ellos le ofrecieron hablar con altos dignatarios del gobierno para obtener que no lo martirizaran. Él les rogó que no lo hicieran y se arrodilló y oró con ellos por la Iglesia, por el fin de la persecución y por la paz del mundo. Como al día siguiente era el último y el más concurrido día de las fiestas populares y el pueblo quería ver muchos martirizados en el circo, especialmente que fueran personajes importantes, fue llevado sin más al circo para echarlo a las fieras. Era el año 107.

Ante el inmenso gentío fue presentado en el anfiteatro. Él oró a Dios y en seguida fueron soltados dos leones hambrientos y feroces que lo destrozaron y devoraron, entre el aplauso de aquella multitud ignorante y cruel. Así consiguió Ignacio lo que tanto deseaba: ser martirizado por proclamar su amor a Jesucristo.Algunos escritores antiguos decían que Ignacio fue aquel niño que Jesús colocó en medio de los apóstoles para decirles: "Quien no se haga como un niño no puede entrar en el reino de los cielos" (Mc. 9,36).

San Ignacio dice en sus cartas que María Santísima fue siempre Virgen. Él es el primero en llamar Católica, a la Iglesia de Cristo (Católica significa: universal).