Jesús, he de aprender de Ti, que eres «manso y humilde de corazón.» En el contexto del Evangelio, «aprender» no significa simplemente comprender teóricamente -como cuando se estudia una fórmula matemática- sino adquirir esas virtudes de las que hablas. Y las virtudes se adquieren con repetición de actos. Es decir, me pides que haga actos de humildad y mansedumbre, que en el fondo están bastante relacionados. El soberbio no tiene paciencia con los errores de los demás, o con lo que él cree que son errores. Ni tampoco sabe reconocer los suyos propios. El humilde, en cambio, vuelve a empezar sin nerviosismos, y no se exaspera ante las limitaciones de los que le rodean. «Conviene no forjarnos ilusiones. La paz de nuestro espíritu no depende del buen carácter y benevolencia de los demás. Ese carácter bueno y esa benignidad de nuestros prójimos no están sometidos en modo alguno a nuestro poder y a nuestro arbitrio. Esto sería absurdo. La tranquilidad de nuestro corazón depende de nosotros mismos. El evitar los efectos ridículos de la ira debe estar en nosotros y no supeditarlo a la manera de ser de los demás. El poder superar la cólera no ha de depender de la perfección ajena, sino de nuestra virtud». (Casiano).
Mientras nos encontremos en la tierra hemos de contar con las dificultades como algo normal. San Pedro ya advertía a los primeros cristianos: Carísimos, cuando Dios os pruebe con el fuego de las tribulaciones, no lo extrañéis como si os aconteciese una cosa muy extraordinaria (1 P 4, 12). El Señor permite con frecuencia que venga la contradicción sobre aquellos que más quiere para que den más fruto aún: todo sarmiento que unido a la vid da más fruto, lo poda para que dé más fruto (Juan 15, 2). Pero Jesús nunca nos deja solos; Jesús está siempre junto a los suyos, especialmente cuando más se hace el peso de la vida. Si alguna vez tropezamos con una contrariedad más grande, también el Señor nos dará una gracia mayor.
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Oremos
Padre, Me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras. Sea lo que fuere, Por ello te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo. Lo acepto todo, Con tal de que se cumpla Tu voluntad en mí Y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre. Te encomiendo mi alma, Te la entrego Con todo el amor de que soy capaz, Porque te amo y necesito darme, Ponerme en tus manos sin medida, Con infinita confianza, Porque tu eres mi Padre.
Nuestro Dios no nos pierde de vista, como una madre que está vigilando al hijito que da los primeros pasos. «Abraham, dice el Señor, anda en mi presencia y la hallarás en todas partes». «¡Dios mio!, exclama Moisés, servios mostrarme vuestra faz: con ello tendré cuanto puedo desear» (Ex 23, 13). Cuán consolado queda un cristiano, al pensar que Dios le ve, que es testigo de sus penalidades y de sus combates, que tiene a Dios de su parte. Santo Cura de Ars
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Dios, dame el día de hoy fe para seguir adelante,
Dame grandeza de espíritu para perdonar
Dame paciencia para comprender y esperar
Dame voluntad para no caer
Dame fuerza para levantarme si caído estoy
Dame amor para dar
Dame lo que necesito y no lo que quiero
Dame elocuencia para decir lo que debo decir
Haz que yo sea el mejor ejemplo para mis hijos
Haz que yo sea el mejor amigo de mis amigos
Haz de mi un instrumento de tu voluntad
Hazme fuerte para recibir los golpes que me da la vida
Déjame saber que es lo que tu quieres de mi
Déjame tu paz para que la comparta con quien no la tenga
Por ultimo, anda conmigo y déjame saber que así es.
Imagen del sitio Movimiento de cursillos de cristiandad