miércoles, 29 de diciembre de 2010

Bienaventurados los pobres de espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos: porque ellos poseerán la


..tierra".Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de malcontra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos." (Mt 5,3-12)
JMS
ORACIÓN DE ENTREGA (SAN IGNACIO DE LOYOLA)

Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad; todo mi haber y mi poseer. Vos me disteis, a Vos, Señor, lo torno.
Todo es Vuestro: disponed de ello según Vuestra Voluntad. Dadme Vuestro Amor y Gracia, que éstas me bastan.
Amén. "La enseñanza ignaciana lleva a encontrar a Dios en medio del mundo, en nuestra sociedad, entre los hombres, en el trabajo, en la familia, en la lucha. Habiéndonos encontrado con un Dios que nos hace volver la mirada hacia los hombres y nos envía a ayudarlos, podemos encontrar a este Dios en cualquier lugar o situación donde nos haya enviado. Allí no solo encontramos a Dios, sino que colaboramos con Él para su mayor gloria." Para saber mas acerca de San Ignacio clik aqui
Jesús proclama bienaventurados (dichosos, felices, afortunados) a los que lloran, es decir, a quienes en esta vida llevan algo más de cruz: enfermedad, incapacidad, dolor físico, pobreza, difamación, injusticia... Porque la fe cambia de signo al dolor, que, junto a Cristo, se convierte en una “caricia de Dios”, en algo de gran valor y fecundidad.
Estos fueron rescatados de entre los hombres como primicias ofrecidas a Dios y al Cordero. Estos acompañan al Cordero dondequiera que va.
La Cruz, el dolor y el sufrimiento, fue el medio que utilizó el Señor para redimirnos. Pudo servirse de otros medios, pero quiso redimirnos precisamente por la Cruz. Desde entonces el dolor tiene un nuevo sentido, solo comprensible junto a Él.
El Señor no modificó las leyes de la creación: quiso ser un hombre como nosotros. Pudiendo suprimir el sufrimiento, no se lo evitó a sí mismo. Aunque alimentó milagrosamente a muchedumbres enteras, Él quiso pasar hambre. Compartió nuestras fatigas y nuestras penas. El alma de Jesús experimentó todas las amarguras: la indiferencia, la ingratitud, la traición, la calumnia, el dolor moral en grado sumo al cargar con los pecados de la humanidad, la infamante muerte de cruz. Sus adversarios estaban admirados por lo incomprensible de su conducta: Salvó a otros y a sí mismo no puede salvarse.
Después de la Resurrección, los Apóstoles serían enviados al mundo entero para dar a conocer los beneficios de la Cruz. Era preciso que el Mesías padeciera esto, explicará el mismo Señor a los discípulos de Emaús.
El Señor quiere que evitemos el dolor y que luchemos contra la enfermedad con todos los medios a nuestro alcance; pero quiere, a la vez, que demos un sentido redentor y de purificación personal a nuestros sufrimientos y dolores; también a los que nos parecen injustos o desproporcionados. Esta doctrina llenaba de alegría a San Pablo en su prisión, y así se lo manifestaba a los primeros cristianos de Asia Menor: Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia.
No les santifica el dolor a aquellos que sufren en esta vida a causa de su orgullo herido, de la envidia, de los celos, etc. ¡Cuánto sufrimiento fabricado por nosotros mismos! Esa cruz no es la de Jesús, sino que surge precisamente por estar lejos de Él. Esa cruz es nuestra, y es pesada y estéril. Examinemos hoy en nuestra oración si llevamos con garbo la Cruz del Señor.
Frecuentemente esa Cruz consistirá en pequeñas contrariedades que se atraviesan en el trabajo, en la convivencia: puede ser un imprevisto con el que no contábamos, el carácter de una persona con la que necesariamente hemos de convivir, planes que debemos cambiar a última hora, instrumentos de trabajo que se estropean cuando más nos eran necesarios, dificultades producidas por el frío o el calor, incomprensiones, una pequeña enfermedad que nos hace estar con menos capacidad de trabajo ese día...
El dolor –pequeño o grande–, aceptado y ofrecido al Señor, produce paz y serenidad; cuando no se acepta, el alma queda desentonada y con una íntima rebeldía que se manifiesta enseguida al exterior en forma de tristeza o de mal humor. Ante la Cruz pequeña de cada día hemos de tomar una actitud decidida y cargar con ella. El dolor puede ser un medio que Dios nos envía para purificar tantas cosas de nuestra vida pasada, o para ejercitar las virtudes y para unirnos a los padecimientos de Cristo Redentor, que, siendo inocente, sufrió el castigo que merecían nuestros pecados.

Las tribulaciones del mundo están llenas de pena, y vacías de premio; pero las que se padecen por Dios se suavizan con la esperanza de un premio eterno.
San Efrén

No hay hombre en el mundo sin tribulación, aunque sea rey o papa. Y ¿quién es el que esta mejor? Ciertamente, el que padece algo por Dios.Tomas Kempis Imitación de Cristo, I, 22, 3
ORACIÓN
¡Oh Dios mío, que habéis dispuesto se salven vuestros escogidos por medio de los sufrimientos y de la Cruz! Ayudadme a soportar los míos con el espíritu de paciencia y resignación de que nos ha dejado Vuestro unigénito Hijo Jesucristo tan grandes ejemplos, y haced que en todas nuestras aflicciones, ya del alma, ya del cuerpo, repitamos con fe y sumisión las tiernas palabras que os dirigió él en medio de su dolorosa agonía. Padre mío, no se haga mi voluntad, sino la vuestra!" Amen.

Decia Santa Teresita del Niño Jesus:"...
Cada mañana hago el propósito de practicar la humildad, y por la noche reconozco que he vuelto a cometer muchas faltas de orgullo. Al ver esto, me tienta el desaliento, pero sé que el desaliento es también una forma de orgullo. Por eso, quiero, Dios mío, fundar mi esperanza sólo en Ti. Para alcanzar esta gracia de tu infinita misericordia, te repetiré muchas veces: ¡Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo!"
Fuentes: Devocionario