domingo, 19 de mayo de 2019

De las contradicciones hemos de sacar muchos frutos

JMS



«Y él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: Biena­venturados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que ahora padecéis hambre, porque se­réis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como maldito, por causa del Hijo del Hombre. Alegraos en aquel día y regocijaos, porque vuestra recompensa es grande en el Cielo; pues de este modo se comportaban sus padres con los profetas.

Pero ¡ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros los que ahora estáis hartos, porque tendréis hambre! ¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis! ¡Ay cuando los hombres hablen bien de vosotros, pues de este modo se comportaban sus pa­dres con los falsos profetas!» (Lucas 6, 20-26)



En su camino a la santidad, el cristiano encontrará a veces un clima de hostilidad, que el Señor no dudó en llamar con una palabra dura: persecución (J. ORLANDIS, Bienaventuranzas) 


Ésta puede presentarse de diferentes formas, en todas las épocas y lugares, y es resello de autenticidad en el seguimiento de Cristo, de que las personas y las obras van por buena senda. Las contrariedades que surjan en nuestro camino, no deben quitarnos la paz ni deben sorprendernos. Pueden presentarse como persecución abierta –la calumnia o difamación-, o solapadamente, en forma de ironía que trata de ridiculizar los valores cristianos, o la presión ambiental que pretende amedrentar a quienes se atreven a mantener una visión cristiana de la vida y les desprestigia ante la opinión pública. Entonces debemos agradecer al Señor esa confianza que ha tenido con nosotros al considerarnos capaces de padecer algo –poca cosa será- por Él.

Cuesta entender la calumnia o la persecución –abierta o solapada- en una época que se habla tanto de tolerancia, de comprensión, de convivencia y de paz. Pero son más difíciles de entender las contradicciones cuando llegan de hombres "buenos"; cuando el cristiano persigue –no importa el modo- al cristiano, y el hermano al hermano. El Señor previno a los suyos para esos momentos en los que quienes difaman, calumnian o entorpecen la labor apostólica no son paganos, ni enemigos, sino hermanos en la fe, que piensan que con ello hacen un servicio a Dios (Juan 16, 2). La contradicción de los buenos es especialmente dolorosa, y a quien Dios permite padecerla, ha de perdonar, desagraviar y a actuar con rectitud de intención, con la mirada puesta en Cristo. "Busca sólo la gloria de Dios y, amando a todos, no te preocupe que otros te entiendan" (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja).

 De las contradicciones hemos de sacar muchos frutos. No sólo no deben hacernos perder la paz, ni ser causa de desaliento o de pesimismo, sino que han de servirnos para enriquecer el alma, para ganar en madurez interior, en fortaleza, en caridad, en espíritu de reparación y de desagravio, en comprensión; podemos esforzarnos en nuestros deberes cotidianos; hacer un apostolado más eficaz. El Señor se valdrá de esas horas de dolor para hacer el bien a otras personas. La Virgen Nuestra Madre, que nos ayuda en todo momento, nos oirá particularmente en los más difíciles, "... pídele que te obtenga de la trinidad Beatísima más gracias..... para que cuando en la vida parezca que sopla un viento fuerte, seco, capaz de agostar esas flores del alma, no agoste las tuyas, ni la de tus hermanos" (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja)